miércoles, 2 de diciembre de 2009

Afuera Sopla el Viento

"Nosotros debemos a las edad media las dos peores invenciones de humanidad
el amor romántico y la pólvora."
André Maurois




Afuera sopla el viento,
el viento del invierno que levanta polvo de nieve
…”
Bernardo de Troisson, trovador (circa 1175)

La reina Leonor de Inglaterra se emociona con la canción. Piensa que ya hace tres años ese joven trovador suspira por su amor y que debe hacer algo por él.
Se levanta, se acerca a Bernardo mirándolo a los ojos, y lo besa en la boca. El desdichado, al que el deseo ha atormentado desde hace treinta y seis meses, le hace comprender a la reina con un gran suspiro que necesita algo más para encontrarse mejor.
Las habitaciones de Leonor no están lejos. Ella se muestra comprensiva...

Durante su estancia en Poitiers, Leonor vuelve a reunir la corte de amor que formara ya en Poitiers, antes de convertirse en reina de Inglaterra. Esta corte, en la que figuran una veintena de damas, algunos trovadores y varios caballeros conocidos por su galantería con las damas, examina problemas amorosos y dicta sentencias, basándose en el código del amor, del que extraemos algunos de sus treinta y un artículos:

El matrimonio no es una excusa legítima contra el amor.

Quien no sabe callar, no puede amar.

Nadie puede tener dos relaciones a la vez.

El amor debe siempre aumentar, no disminuir.

No hay ningún sabor en los placeres que un amante oculta al otro sin su consentimiento.

En amor, el amante que sobrevive al otro debe guardarle la viudedad durante dos años

El amor nunca se hospeda en la casa de la avaricia.

La facilidad del disfrute disminuye su precio, la dificultad lo aumenta.

Cuando el amor disminuye, pronto acaba; pocas veces se recupera.

El verdadero amante siempre es tímido.

Nada impide que una mujer sea amada por dos hombres, ni que un hombre sea amado por dos mujeres.



Las preguntas que la Corte de Amor debe responder, a menudo resultan muy sabrosas. Una de las preguntas favoritas de Leonor y que ella siempre plantea es:
“¿Puede existir verdadero amor entre marido y mujer?”
Espera con ansías renovadas la respuesta. La sentencia del jurado del tribunal de su Corte de Amor no se hace esperar:
“Por unanimidad decimos y afirmamos que el amor no puede implantar sus derechos entre dos personas casadas. En efecto, los amantes se lo dan todo, mutuamente y gratuitamente, sin ser obligados por ningún motivo de necesidad, mientras que los esposos deben recíprocamente soportar sus voluntades y les es obligatorio el no negarse nada ... ”
Esta es una sentencia sabia, ya que complace a ambos, Enrique II el Rey de Inglaterra y a su Reina, Leonor. Ambos tienen sobrados motivos para sentirse satisfechos.


Ahora la Corte de Amor de Leonor tiene que resolver el siguiente problema:

“Un caballero requiere de amores a una dama a la cual no logra convencer. Le manda algunos honestos regalos que la dama acepta. A pesar de ello, ésta no disminuye su habitual severidad. Él se queja de haber sido engañado por una falsa esperanza que le ha dado la tal señora al aceptar los regalos”.

La sentencia es la siguiente:

“Es preciso que una dama, o bien rehúse aceptar los regalos que se le hacen para conquistarla, o bien que pague la recompensa, si los acepta. Si lo hace sin dar nada a cambio, debe sufrir el verse incluida en la categoría de simple cortesana”.

Algunas de las preguntas resultan hoy muy extrañas. Esta, por ejemplo:

“Una señorita que tiene una relación amorosa con un caballero, se casa con otro; ¿tiene derecho a rechazar al antiguo amante o debe seguir concediéndole sus favores?”

He aquí la admirable respuesta que emite el jurado:

“El advenimiento del lazo matrimonial no excluye de derecho al primer compromiso, a menos que la dama rechace el amor y declare hacerlo para siempre”.

Con tal sentencia se aprecia cuán falseada ha sido por los románticos la visión de los trovadores y el sentido real del amor cortesano.

Cuando Leonor vuelve a Londres, se lleva con ella una última canción de Bernardo, que todavía no está repuesto de su triunfo, que ha tardado tres años en conseguir:

“Ella no puede negarme su amor ahora.
Yo seré capaz de recordar por siempre
De ella y de sus actos tengo testimonios dentro de mí…”


Lo cual es de gran gentileza, pero de poca discreción

En el transcurso de diez años, Leonor pasa más tiempo en Poitiers que en Londres. No sólo a causa de Bernardo y de su corte de amor, sino porque además se ocupa con ardor y con mucha inteligencia del manejo de sus dominios aquitánicos.
Además, el estar lejos de su esposo, el Rey Enrique II de Inglaterra con el cual ya no se entiende, no le desagrada en absoluto.



Bibliografía:

http://en.thinkexist.com/quotation/We_owe_to_the_Middle_Ages_the_two_worst/221682. html
http://www.rencentral.com/feb_mar_vol2/lovemarriage.shtm


TOWNSEND WARNER, George & MARTEN, C. H. K., The Groundwork of British History (London, 1923)
FRASER, Antonia, editor, The Lives of the Kings & Queens of England, (Weinfeld and Nicolson, England, 1975)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Carmen

CARMEN

Por Sara Garfinkel

En reconocimiento a Prosper Mérimée por su relato origen de esta ópera,
a Henri Meilhac y Ludovic Halévy por el maravilloso texto base de esta ópera,
a George Bizet por su estupenda música,
a Enest Guiraud por su arreglo musical de la versión de Bizet,
a Francesco Rosi por su película basada en esta ópera
y a todos los amantes de….


CARMEN



Carmen es gitana moruna. Mucho se ha escrito y dicho sobre esta mujer considerada epítome de la lascivia femenil culpable de todos los males que han caído sobre la humanidad. ¿No fue Eva responsable de la pérdida del Paraíso para nosotros, pobres mortales?

En un mundo donde la historia ha sido manipulada por masculinos intereses, ya económicos, ya políticos, no es nada raro que se haya cargado con la culpa de este drama de amor, pasión, traición y odio a la bella mujer que coquetea y embruja al “íntegro don José con sus brujerías y maleficios”. Ella es la responsable de precipitar a don José en una vertiginosa e irreversible caída de perdición hasta convertirlo en un asesino. Su asesino.

CARMEN antes de ser ópera es novela y antes de ser novela es mujer.
¿Qué clase de mujer es Carmen? Se dice que fue una gitana de nombre Ar-Mintz (nombre en lengua Romaní fonéticamente parecido a Carmen) la mujer que inspiró al gran George Bizet, el trágico George Bizet – sin duda el genio operístico más grande de Francia.
Se dice que esta gitana era intensamente ardiente, impetuosa, apasionada y fácilmente propensa a repentinos y violentos estallidos pasionales provocados por sentimientos de admiración ó de indiferencia motivados por la actitud del hombre que esté a su lado.
Carmen – o Ar Mintz, si ustedes prefieren - es un personaje más allá del bien ó del mal, se entrega sin reparos al momento. Toda ella es la encarnación del instinto atávico del ser humano. Perseguida por su propio destino y obligada a encontrar los medios para eludir muchos pe­ligros, ella sacrifica su vida a una pasión, pero también juega con el amor, y lo usa a menudo como medio, cuando su dura existen­cia así lo exige. Ella sabe muy bien que su destino ya está de­terminado. Es posible que, como gitana encuentre para este sino una respuesta más valiente y más libre de reparos que el común de la gente.

Estamos en la Sevilla, año 1830. Carmen trabaja junto con centenares de mujeres (dicen que son 500 en total). Algunas jóvenes, otras viejas… algunas hermosas, otras no tanto… unas son gitanas, otras son payas… pero todas acostumbradas a una vida dura que la viven en medio de una miseria grande que soportan con dignidad; mientras obedecen las convenciones sociales de la época sin pensar siquiera en rebelarse.


Es un soleado mediodía estival. El cuartel de los soldados de la Guardia del Regimiento de Alcalá a la izquierda de la plaza del pueblo. A la derecha de la plaza el grandioso y vetusto edificio de la Fábrica de Tabacos. En la plaza la gente viene y va, en la plaza de armas del cuartel los soldados forman fila esperando la llegada de la nueva guardia que ha de reemplazarlos, en la fábrica las cigarreras espían la llegada de la nueva guardia al mando del cabo Don José Lizzara Bengoa.

De la fábrica de cigarros salen las obreras, coqueteando con los mozos del pueblo y con la soldadesca que está en su descanso. Bailan, cantan, se susurran palabras de amor, se besan, se abrazan. Son todos felices. Pero Carmen no está entre las muchachas. Ella ha preferido refrescarse en el manantial aledaño a la plaza, que surte de agua fresca al pueblo. Muchos de los mozos y de los soldados al no verla entre ellos preguntan por Carmen, “la Carmencita”.

Cuando emerge de la fuente, su figura esbelta y felina se destaca pues su vestido empapado está pegado a su cuerpo húmedo y marca lascivamente sus turgentes formas.
Y así, cuando de repente aparece “la Carmencita” a la vista de los hombres, éstos le preguntan - en un velado reproche donde se quejan de su larga espera - que cuando los amará, ella les contesta que no lo sabe, que quizá nunca, que tal vez mañana pero que segura está no será en ese hermoso y soleado día. Es que la hermosa gitana sabe que los arrumacos, devaneos y promesas de los galanes se desvanecerán cual volutas de humo apenas ella satisfaga sus deseos.

Es en este punto cuando Carmen, confiesa su real YO en un canto al amor libre, desnudando su alma y sus verdaderos sentimientos. No es ella la que miente en este drama pasional, son los otros que se mienten a si mismos al no querer escuchar su verdad.

Carmen reconoce que su amor es indómito, salvaje, arisco, montaraz. Desobedece cualquier ley que pueda cercenar su libertad. Rechaza a aquél que busca su amor y es atraída por ese que parece despreciarla. Advierte que es muy peligroso ser su amado porque ella es un pájaro que vuela libre por los aires y quien la ame terminará siempre siendo un pobre muñeco grotesco atrapado en su amor sin poder retenerla.

El cabo D. José ha oído esta confesión pero no la ha escuchado. Imperturbable trata de poner orden entre las muchachas y los soldados que están mezclados con el grupo de jóvenes, enviando a aquéllos de regreso al cuartel. Parece no prestar atención a Carmen, pero ella lo llama y cuando él se acerca esta mujer, que es un vergel salvaje siempre florecido, en un impulso sexual subyacente le arroja una flor amarilla, una flor de casia. La flor golpea el pecho del hombre a la altura de su corazón mientras la gitana sin dejar de mirarlo a los ojos le repite a modo de invocación:

¡Tú estás atrapado!

Don José en un movimiento reflejo se agacha, recoge la flor y la guarda en un bolsillo interior de su chaqueta. Parece embrujado.

Los acontecimientos se suceden como obedeciendo a la ley de gravedad del destino. Una gitana que trabaja en la Fábrica de Tabaco se ha peleado con una compañera de trabajo. En la disputa ha herido a la otra cigarrera en la cara. Don José es enviado al mando de dos soldados más a poner orden en la fábrica y llevar a prisión a la gitana “agresora”, quien no es otra que Carmen.
La ficción dice que al quedarse solos don José y Carmen, antes que éste la conduzca a la prisión, ella trata de seducirlo y le promete, si la deja en libertad, reunirse con él en la taberna de Lillas Pastia en Triana. Don José, entusiasmado y visiblemente cautivado por la personalidad de la cíngara, la deja escapar.
La realidad es diferente. Carmen está totalmente interesada - ¿podríamos decir enamorada? – de Don José. ¿Cuándo comienza este sentimiento en ella? Seguramente cuando él no presta atención a sus coqueteos. Ella se siente atraída por ese soldado que no muestra el menor indicio de pasión, ese hombre que ni siquiera la mira, a pesar del conjuro de la gitana., es cuando desafía a la más alta autoridad – el capitán Zúñiga que esta visiblemente interesado en Carmen – diciendo que ella nunca dirá lo que pasó en la fábrica aunque la corten en pedacitos o la quemen viva,. Guardará su secreto, lo guardará muy bien pues sin miedo desafía al fuego, al acero y al mismo cielo.
Luego, en un sensual coqueteo mira en los ojos al Capitán Zúñiga e ignora a Don José, quien es encomendado por su superior de restaurar el orden y llevarla a ella a la cárcel.


“Porque amo a otro hombre y moriría por él”

Ese otro hombre es, evidentemente, don José. No diré que este sentimiento es resultado de una equivocación del destino. Si diré sin temor a equivocarme que es la confirmación que nada ni nadie puede torcer el destino de las personas.
¿Qué ha visto Carmen en ese hombre que encendió en ella la hoguera de una pasión? Quizá su porte erguido que le confiere a su cuerpo alto y sólido una apariencia de varonil dureza. Montado sobre su caballo es un jinete firme al que ningún movimiento de su inquieta cabalgadura logrará desarzonar. ¡Qué hombre bien proporcionado es! ¡Qué armoniosa figura la de su cabeza hacia su busto en su posición ecuestre! ¡Y su rostro moreno de rasgos regulares e inmóviles y esos ojos negros de mirada de mando!.... Pero lo que Carmen no puede ver es el verdadero interior de don José. Don José es un mozo serio, bondadoso, sin pasado alguno. Ha salido de su pueblo para cumplir con sus deberes militares pero es, esencialmente, un campesino que quiere a su madre, respeta a su novia de la infancia y sólo quiere volver a su tierra navarra para trabajarla, formar una familia y respetar las leyes de la sociedad. Don José Lizarra Bengoa sabe obedecer órdenes pero no tiene voz de mando ni sabe mandar. Y eso no va con Carmen.

Carmen ya en prisión, le dice a Don José – quién rehuye toda conversación con la gitana – que se desprenda de la flor que ella le arrojó y el guardó cerca de su corazón, pues el hechizo de amor se ha cumplido. Y con sensuales y felinos movimientos de gata en celo le promete que lo llevará hasta la taberna de Lillas Pastia para beber manzanilla juntos. Le dice que bailará una seguidilla para el hombre a quien ella ahora ama. Ese hombre es un soldado que no es ni capitán ni teniente sino un simple cabo. Un simple cabo que es suficiente para una una simple gitana como ella, vehemente con los hombres y libre para amar a quien quiera.

¿No es esta canción una declaración de amor de una mujer enamorada? Quien diga que no, quien diga que Carmen sólo busca engatusar al hombre… conoce muy poco a las mujeres.
Por supuesto ella escapa porque Don José se lo permite, debiendo pagar éste su falta al deber con prisión y degradación.


En la taberna de Lillas Pastia, Carmen y sus amigas gitanas bailan y beben con algunos militares y muchos mozos de cantina. El lugar está colmado de música de cítaras y panderetas. Todo es un aquelarre de pieles bronceadas, anillos y collares de plata y bronce, melenas azabaches a su aire, faldas sueltas, blusas vaporosas. Todo es rojo y naranja, todo es fuego y pasión, todo es alegría y desenfreno. Las hermosas mujeres danzan y cantan. Las canciones de las gitanas andaluzas son una mezcla de música árabe, bereber, africana, sefardí.
Y sobre todas esas hermosas mujeres está Carmen. Carmen, gitana moruna que tiene sed de vivir y calma su sed bebiendo su vida. Escancia su sangre en el vaso de su corazón del que ella va a beber hasta el fin. ¿Quién sabe lo que siente esta mujer? ¿Es que disfraza con alegrías el deseo de volver a ver a ese tonto cabo que le ayudó en su fuga?
Carmen se entera que don José ha sido degradado por haberle facilitado la fuga, que ha sido encarcelado y que está de nuevo en libertad. Ella lo espera. Los arcanos de su alma gitana le dicen que sin duda este hombre vendrá a verla. En efecto, el cabo acudirá a la cita que ella le prometiera el día que él le permitió fugarse.

Pero antes llega a la taberna Escamillo, famoso torero de Granada, acompañado por un grupo de admiradores. Escamillo es saludado por los soldados quienes con el capitán Zúñiga a la cabeza, brindan por el conocimiento, coraje y la buena suerte del diestro. Éste responde al saludo y mientras levanta en alto la copa de la que va a beber en honor del capitán y sus soldados, les dice que los soldados son como los toreros ya que tanto unos como otros encuentran placer en la lucha.
Después de escanciar la copa de vino que le fuera ofrecida, les confiesa a sus escuchadores los sentimientos que en él despierta la fiesta taurina. Compara estos sentimientos con los que en él despierta la mirada de dos ojos negros que lo miran torear. El siente que en esa mirada está la promesa que después de la lid un amor apasionado lo estará esperando

Carmen y sus amigas coquetean con el torero. Escamillo se siente fascinado por Carmen y le pregunta que pasaría si él la amase. Ella le contesta que no debería amarla.
“Yo esperaré” es la respuesta del matador.
“La espera es dulce” contesta “la Carmencita” más con la mirada que con los labios.


Y el destino se cumple. Don José va a la taberna. Ella está feliz de verlo, baila para él y se le ofrece abiertamente. Así es como Carmen entiende al amor. Pero a lo lejos se oye el sonido de la llamada de retreta para el cuartel. Don José quiere retirarse para llegar antes de que pasen lista.
Y es en este momento cuando Carmen reacciona como una tigresa herida en lo más profundo de su celo. ¿Hay algo más peligroso que una mujer despechada, cualquiera sea su etnia? Lamentablemente nadie piensa en la mujer que ha sido dejada de lado por el sonido de un clarín. Creo que la mejor justificación de la conducta de Carmen no la daré yo. Ha sido dada por una excelsa mujer mejicana que vivió en el siglo XVII y que escribió sobre la “inconsecuencia y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que acusan”…

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón… “
(Sor Juana Inés de la Cruz)

Y así del amor Carmen pasa a la indiferencia total hacia ese hombre. Ella se burla de sus compromisos militares y le propone que vaya con ella a la sierra, para vivir juntos en libertad. El hombre se debate entre el deber de soldado y la pasión de hombre. Carmen se enfurece y Don José tiene que imponerle a la fuerza que le escuche sus declaraciones de amor. Carmen le responde que la única manera de probarle su amor sería que se uniera a ella y sus amigos en una expedición en las montañas. Finalmente y muy a su pesar, don José debe unirse a los contrabandistas amigos de Carmen y escaparse hacia las sierras.

Carmen comienza a aburrirse del amor de Don José, quien no consigue adaptarse a esta vida de libertad. Carmen no finge amores a un hombre si lo desprecia. Menos demostrarle admiración si él es necio o temor si es cobarde. Ella busca su futuro en las barajas. Una y otra vez los naipes le dan la misma respuesta: la muerte. Escamillo ha llegado a la guarida de los contrabandistas que está en las montañas. . Viene en busca de Carmen. Don José lo reta a duelo. Carmen aparece junto a los gitanos para separarlos. Antes de despedirse, Escamillo invita a los presentes a las próximas corridas de toros de Sevilla. El fastidio de Carmen crece cada vez que ve a don José, no soporta que él la toque y menos que la bese. Por eso cuando él parte para ver a su madre agonizante, Carmen comienza a sentirse feliz. Don José se va no sin antes amenazar a Carmen diciéndole que pronto habrá de regresar.

La Maestranza

Sangre y arena es el escenario del último acto de amor entre la gitana y el soldado. Ella está hermosa. Su elegancia no puede ocultar su verdadera naturaleza salvaje. Carmen es ahora la amante de Escamillo. Luego de reiterarle su amor, Escamillo deja a Carmen y parte al ruedo. Ella sabe que Don José se encuentra entre la multitud. Pero no tiene miedo. Es esa fuerza desconocida que la empuja a enfrentarlo. Don José le ruega primero y la amenaza después. Todo es en vano. La gitana le grita su desprecio y le repite una y otra vez que ahora ama al torero. Se escucha cómo la muchedumbre aclama a Escamillo y Carmen intenta entrar en la Plaza, pero Don José, presa de la ira y de los celos, la mata a puñaladas. Luego, sollozando, la invoca desesperadamente, confiesa su crimen y se deja arrestar.






A Don José

Los ojos que tú miraste, no los verás más,
Sus cabellos negros no los acariciarás.
Su súbita aparición hechizó tu vida,
Ha sido para ti, pobre don José,
Espejismo de tu vista enfebrecida.

Tú la viste llegar prestamente a ti
y descender a tu virilidad cual
estrella errante al anochecer.
Tu la imaginaste inocente desde tu alma
que desconocía el mal.
Tu esencia de hombre
era como un sendero níveo, sin huella ninguna.

Tú quisiste hallar en su mirada la respuesta
a tu inexperiencia sexual, a tu vigilia de amor, y a su abandono.

Ella te respondió con su frialdad altanera…

¡Que amargo es el desprecio de la mujer que aborrece!
¡Qué peligroso es el hombre que no acepta ser abandonado!






A CARMEN

Muestra – según muchos - una
Grosera carátula de su bello rostro
Ojos de mirada enviciada, perversa.
Labios rojos de sangre
Abiertos en hipócrita sonrisa.
Modales sin finura
Palabras henchidas de dulce mentiras.
Arrogante simuladora de fino porte embustero.
Pero......
Para mi ella nos muestra
Su alma desde el primer momento
Alma que tiene la inocencia del niño
Que ama y deja de amar
Sin pensar que lo fugaz de su amor
Pueda dañar a otros corazones.





Colofón

Don José comete un crimen pasional. Podría ser condenado por el mismo, esto es obvio. ¿Pero ha sido él el único responsable de este crimen? ¿No fue Carmen quien lo empujó al abismo? ¿No han sido culpas compartidas? Tiene Carmen alguna justificación, salvo el de haber sido la victima? ¿Es que don José es sólo el victimario?
Tanto Carmen como él son víctimas y victimarios de una aberrante relación. Ella es la víctima material, él la víctima espiritual.
Ninguno de los dos deberá ser castigado por haberse amado y deseado. Pero don José será siempre mirado con simpatía y hasta justificado en su desenlace final. Mientras que Carmen…
Carmen nunca será comprendida. Siempre quedará privada de justificación alguna. Es que ella es una mujer que siempre ha estado más allá del bien ó del mal. Siempre se entregó sin reservas al momento que le tocaba vivir. Sin término medio. Ella es capaz de sacrificar su vida por una pasión o por un menosprecio. Es que ella sabe muy bien, con esa sabiduría heredada de sus ancestros, que el destino ya está determinado. Como gitana eso no la asusta sino que la incentiva pues le da más valor y la libera de toda atadura.
Sin ser un demonio está endemoniadamente dominada por su instinto sexual. Es coqueta y altiva, desdeñosa y orgullosa, pasional y arrogante. Es peligrosa para si misma ya que al fin su misma belleza y el poder que de ésta emana la destruyen. Es peligrosa para los demás porque ella es la encarnación del instinto más ancestral del ser humano: ama ó desdeña. No tiene término medio. Es que esta mujer no es culpable, porque así la educaron.
Pobre mujer, su cíngara belleza, su magnetismo y su fidelidad a si misma la llevaron a la muerte.




Sara Garfinkel
(De su libro “Disquisiciones sobre lo que me Gusta”)

viernes, 23 de octubre de 2009

El Castillo de las Damas

Leeds, el Castillo de las Damas
Por Sara Garfinkel

I

Hubo una vez que era un privilegio vivir en el Castillo de Leeds

Conozcamos los relatos sobre el amor y la traición de la Realeza Británica dentro de los muros del Castillo de Leeds.


Durante siglos el norteño condado de Kent, próximo a la costa inglesa, atrajo a numerosos invasores. En el siglo V, los sajones expulsaron a los romanos quienes habían vivido allí desde el año 55 A.C. Más tarde los sajones resultaron victimas de los normandos. En el año 1150 un barón normando destruyó la residencia de un noble sajón para hacer construir sobre sus ruinas una fortaleza que estaba protegida por un lago artificial que rodeaba todo su perímetro. Este fue el nacimiento del magnífico Castillo de Leeds.
Seis reinas medievales residirían en esta Fortaleza. Cada una de ellas fue obsequiada con la posesión del castillo como presente de bodas en ocasión de su casamiento con el heredero al trono o el rey de Inglaterra, según fuera el caso. Leeds sería de ahí en más conocido como el Castillo de las Damas, aunque al principio el Castillo de Leeds lucía sólido y austero como un bizarro guerrero.
Durante cinco turbulentos siglos el Castillo de Leeds fue una de las residencias de la familia real. La “orden del día” era rodear al castillo de la máxima seguridad. Como medida de protección la parte principal del castillo fue fortificada de acuerdo a los patrones de belleza medievales. Los reales aposentos se trasladaron a la Torre de Homenaje, la cual estaba conectada con el edificio principal a través de un pasaje subterráneo debajo de un puente de piedra. Lord Congreve, un reputadísimo historiador inglés, comentaba que esa singular combinación de piedra y agua era “maravillosa debido a su variado esplendor”.

Para las "Grandes Damas” que tenían a Leeds como su hogar, el Castillo era una promesa de duradera felicidad matrimonial. Sólo una de ellas pudo lograr hacer realidad sus sueños: la española Leonor de Castilla, cuyos colores ondean sobre el asta de la torre principal torre del Castillo de Leeds.
I
Leonor de Castilla fue la primer dama del Castillo. Le fue obsequiada la propiedad del castillo cuando se casó con el príncipe Eduardo, el hijo mayor del rey Enrique III. Eduardo sería más tarde conocido como el rey Eduardo I, el “Pataslargas”.
Eduardo contaba con 15 años de edad cuando viajó a España con su madre para contraer enlace con la infanta Leonor, hija del rey Fernando III, rey de Castilla y León. La boda real tuvo lugar en Las Helgas en el mes de octubre de 1254. Desde ese momento en más la pareja fue inseparable por el resto de sus vidas en pareja hasta que Leonor falleció.
Leonor dio la calidez de sus sentimientos a la fría fortaleza e hizo del Castillo de Leeds una residencia merecedora de un rey. El matrimonio entre Leonor y Eduardo fue un convenio con el propósito de consolidar una alianza entre España e Inglaterra. No obstante Leonor y Eduardo se enamoraron el uno del otro inmediatamente. Su amor duró todo el tiempo de sus vidas. De ese tiempo se conserva la repisa de la chimenea ubicada en la Galería de la Reina que recuerda la alianza Anglo-española.
Cuando en el año 1270 Eduardo partió para las Cruzadas, el amor de Leonor sufrió una dura prueba. Debió elegir entre su amor de esposa y su amor de madre. Sin dudar ella dejó a sus hijos al cuidado de otras personas y se unió a Eduardo en su peligrosa misión. Leonor decía que nada separaría lo que Dios había unido. Fue en Siria durante la Guerra Santa cuando Leonor salvó la vida de Eduardo succionando el veneno de una herida que el recibió por una flecha envenenada. Desde ese momento, a causa de su coraje acrecentado por su amor, la Hermosa morena española fue conocida como Leonor la Fiel.
Eduardo, lleno de orgullo, amor y agradecimiento hacia su joven esposa decidió honrar a su esposa embelleciendo el Castillo de Leeds. A la edificación existente le hizo construir muchos de los edificios que lo convertirían con el paso de los años en el fabuloso Castillo de las Damas. Hizo renovar el edificio principal y la Torre de Homenaje. Para proteger ambas construcciones mandó construir un sólido muro desde cuyas torres de observación no solo se podía controlar los movimientos de los adversarios sino también arrojarflechas contra los mismos. Finalmente Eduardo hizo agrandar el tamaño del lago artificial que adornaba el parque real y agregó un dique. Este dique podía ser abierto para inundar el valle en caso de peligro.
En Leeds la real pareja pasó sus más felices días y formó una familia dentro de una excelente armonía conyugal, lo cual no era muy común en la realeza. El final de la felicidad comenzó con el año 1290. La reina Leonor falleció. El Castillo de Leeds guardó luto por la querida reina. Eduardo I estaba destrozado y ya no disfrutaba más vivir en el castillo.
Profundamente deprimido, escribió: “Mi corazón está de duelo. Si yo la amaba a la reina mientras estaba viva, no podría dejar de amarla ahora que está muerta”. El desconsolado monarca hizo construir una capilla donde cuatro monjes y un clérigo decían misa diariamente en memoria del alma de Leonor.

II

La siguiente reina inglesa que recibió Leeds como regalo de bodas fue Catherine Valois, la más joven hija del “loco” rey francés Carlos VI. El matrimonio entre el rey Enrique V de Inglaterra y Catherine fue un convenio incluido en el tratado de rendición firmado en Troyes después de la total victoria inglesa sobre los franceses en el año 1415. La boda se llevó a cabo en la ciudad francesa de Troyes el 2 de junio de 1420. Este tipo de matrimonio entre la realeza era común durante la Edad Media. Algunos matrimonios fueron exitosos, otros lo exactamente opuesto. Aunque las iniciales de la pareja están unidas en un verdadero nudo de amor pintado por todo el dormitorio de la reina, Enrique V no fue el gran amor de Catherine.
Poco tiempo después de haber recibido Leeds, Catherine hizo instalar un reloj y una campana, los cuales son los más antiguos en toda Inglaterra. Enrique V falleció a los dos años de haber contraído matrimonio. Su deceso ocurrió el 31 de agosto de 1422. Tenía sólo 35 años.

Fue en los jardines del Castillo de Leeds donde floreció un romance entre una joven reina viuda y un apolíneo joven caballero galés. La joven reina viuda era Catherine Valois, el apolíneo joven caballero galés – que cumplia las funciones de camarero real – se llamaba Owen Tudor. Catherine y Owen se casaron secretamente e increiblemente ellos tuvieron cinco hijos antes de ser descubiertos y enviados a prisión. De su amor surgió la real Casa Tudor. El primer rey Tudor fue Enrique VII and más tarde reinó su hijo, el más famoso marido de la historia: Enrique VIII.
Cuando Enrique VIII fue rey de Inglaterra vivir en el Castillo de Leeds no fue más un privilegio para una reina. Para las esposas de Enrique VIII, vivir en el Castillo de Leeds se convirtió en dolor y tragedia.

III


La Guerra de las Rosas había terminado. El nuevo rey fue un bálsamo para las heridas sufridas por los Lancasters y los Yorkistas. Enrique VIII era el principal heredero de ambas Casas y el segundo rey Tudor. Él era un Principe del Renacimiento: buen mozo, buen atleta, instruido en idiomas y teología; además tenía talento musical. Aunque no fue el primogénito sino el segundo hijo del rey, su destino era regio Después de las muertes de su hermano mayor y de su padre, Enrique fue coronado rey de Inglaterra. No más ser ungido monarca, tomó todas las propiedades reales. Entre ellas, el asombroso Castillo de Leeds.
En ese tiempo, Catalina de Aragón - la princesa española hija de los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla - era la persona más importante para Enrique. Ella era la viuda de su difunto hermano. Con ella, la viuda de su difunto hermano, Enrique habría de casarse, muy enamorado y deseoso de perpetuar la dinastía Tudor. Leeds sería otra vez la cuna del amor de una nueva pareja real.
Enrique decidió embellecer Leeds en honor de Catalina, con quien él se casaría dos semanas después de ser Coronado, el 11 de junio de 1509. Enrique hizo que su mejor amigo, Sir Henry Wildfort, añada un segundo piso a la construcción ya existente, reconstruyese el vestíbulo real y las escaleras. Hizo colocar hermosos vitraux frente a la glorieta central y hermoseo todos los cuartos. Decidió levanter la “Torre de las Damas de la Reina”, ligar donde se suponían la Reina y sus damas de honor residirían.
Una de estas damas sería muy pronto responsable del cambio del curso de la historia de Inglaterra.

El tiempo de Catalina de Aragón fue el “tiempo dorado del Castillo de Las Damas”. Catalina estaba profundamente enamorada de su joven marido, quien parecía predestinado a un supremo destino real. El pueblo ingles adoraba a su Rey y quería a su Reina. La vida en la corte era rica y variada. Los bailes de disfraz estaban a la orden del día., como fin de fiesta de los torneos entre Enrique y sus caballeros. Estos torneos eran competiciones de coraje y lucha, donde tanto el rey como sus nobles adversarios debían demostrar sus habilidades en el uso de la espada, la lanza y el arco largo.
Los nobles contendientes honraban a su rey, su reina, sus señores y sus damas. Enrique VIII recorría el reino para asistir a torneos y bailes de disfraz. El rey era un hábil guerrero y su grandeza era demostrada cuando, después de derrotar a sus oponentes, se inclinaba ante sus vencidos, se sacaba su yelmo y revelaba su identidad.

Pero en el año 1527 el rey comenzó a revelar su verdadera personalidad. A pesar de sus seis embarazos, Catalina sólo pudo darle una hija, María. Enrique estaba preocupado por la estabilidad de la dinastía Tudor sin un heredero varón. Sus conquistas sentimentales y la existencia de un hijo ilegítimo eran temas bien conocidos por sus súbditos. En ese tiempo él estaba encaprichado con Jane Bolena. Jane y su hermana Ana eran damas de honor en la corte de la reina Catalina. Enrique dejó de rendirle sus atenciones a Jane para bridárselas a Ana. Enrique sentía una profundo deseo por Ana Bolena. En una oportunidad cuando ellos se encontraron en una fiesta, el rey ordenó grabar sobre el respaldo de una silla la siguiente inscripción: “El dueño de esta silla tiene el derecho de ser besado por cualquier dama que se siente aquí”. En presencia de la reina y otras damas de honor, Enrique sentó a Ana Bolena sobre la silla y la besó.

Después de eso la relación entre Inglaterra y la iglesia católica cambiaría para siempre. Enrique le pidió al Papa por un dispensa para conseguir su divorcio de Catalina. Enrique decía que nunca había estado casado con Catalina porque ella había sido la esposa de su hermano. Él solía citar versículos de la Biblia para justificar su pedido.
En el año 1553 el arzobispo de Canterbury anuló el matrimonio entre Enrique y Catalina. La reina murió tres años después. Se decía que la reina murió de pena. Enrique no asistió a su funeral.

IV

Ana Bolena nunca tomó el lugar de Catalina en el corazón de los ingleses. Ana Bolena estaba embarazada cuando fue coronada. Pero el pueblo no la amaba. Ella fue la reina de Inglaterra durante sólo tres años. Enrique VIII se había convertido en un tirano gordo de muy mal carácter. Su mortal ira y su excesivo orgullo lo hicieron muy impopular. El embajador francés dijo que no había ninguna cabeza tan valiosa que el rey de Inglaterra no pudiese cortar. Enrique era también impopular en Irlanda y en Francia.

Enrique luchó sin éxito contra Francisco I, el rey de Francia. A causa de su fracaso hecho a todos sus embajadores porque el pensaba que ellos fueron los responsables. Pero Enrique, temiendo las represalias de Francisco, decidió fortificar las estructuras defensivas del Castillo de Leeds, haciendo arreglar sus torres y sus troneras. El castillo quedó más grandioso; sin embargo sus días felices habían terminado.
Ana Bolena odiaba a los cisnes - que nadaban en el estanque del Castillo - y las aves salvajes - que vivían en el bosque circundante. Ella ordenó matar a los cisnes y poner a los pájaros en jaulas. Nadie amaba Ana Bolena. La llamaban “El Cuervo Negro”. Enrique habia esperado por ella seis largos años, pero él ya no la amaba más. El ya la veía a ella como una mujer caprichos y molesta.
Ana fue acusada de infiel. Para empeorar las cosas ella no pudo darle un heredero varón al rey. Sólo dio a luz una niña, la futura reina Elizabeth I. De cualquier manera su destino estaba determinado. En la primavera del año 1536, después de haber dado a luz a un niño muerto, Ana Bolena fue arrestada y enviada a la Torre de Londres.
A más de ser considera infiel se la acusó de adúltera. Su hermano y cuatro nobles fueron acusados de haber tenido sexo con ella. Todos ellos fueron decapitados. Enrique hizo llamar a un espadachín francés para evitar que la reina fuese ejecutada por el corte de un hacha blandida por un verdugo común. En la Torre Ana Bolena ensayó como dirigirse al cadalso e inclinarse enfrente de su ejecutor. El 19 de mayo de 1536 Ana Bolena fue decapitada.

V

Jane Seymour fue la siguiente esposa de Enrique VIII. El matrimonio fue muy breve. Sòlo duró un año. Ella falleció a causa de complicaciones post-parto cuando dio a luz a Eduardo, el único hijo varón de Enrique, heredero al trono inglés.
Otra vez viudo. El rey no debe estar sólo. Es política de estado que el rey esté casado. Thomas Cromwell, su ministro, arregló el matrimonio de Enrique con la princesa Ana de Cleves. El casamiento se llevó a cabo pero nunca se consumó. El regio esposo no gustaba de su consorte. Él la llamaba “la Yegua de Flandes”. En meses el matrimonio fue anulado. Catherine Howard , la prima de Ana Bolena, fue la quinta esposa de Enrique. Él la amaba pero ella, muchos años más joven que él, le fue abiertamente infiel. En el año 1542 ella fue decapitada – como su prima Ana – después haber pasado un tiempo prisionera en la Torre. Dieciocho meses después Enrique contrajo matrimonio con una dama de la nobleza inglesa, Catherine Parr, quien fue más su enfermera que su esposa. En menos de un año Enrique fallecía. Tenía solo 55 años.

De alguna manera Enrique pudo conseguir su deseo: un heredero al trono. Eduardo, hijo suyo y de Jane Seymour sería coronado como Eduardo VII. En su lecho de muerte Enrique creía que su dinastía continuaría por largo tiempo, pero estaba equivocado. Eduardo era un niño enfermo y moriría cuando tenía solamente dieciséis años.

VI

El Castillo de Leeds no pertenecería a la corona inglesa nunca más. En el siglo XX, el castillo estaba en ruinas. Pero gracias al amor de una dama, Lady Olivia Bailey, propietaria del castillo éste renacería de sus cenizas, como el Ave Fénix.
Lady Olivia era una aristócrata anglo-americana. Ella compartía la sangre regia de Enrique VIII por ambos lados de su familia. Ella era la respetable “Reina del Castillo de Leeds del siglo XX”. En el año 1926 ella decidio hacer restaurar el castillo para convertirlo en una de las más famosas majestuosas casas en Inglaterra. En las décadas de 1920 – 1930 hubieron fiestas otras vez en el otrora “Castillo de las Damas”. Hubieron invitados famosos tales como Sir Charles Chaplin, Errol Flynn, James Stewart, Noel Coward, Somerset Maugham, el príncipe de Galés.
Entre las obras maestras de pintura y mobiliario que alberga el Castillo, se puede mencionar una escalera del siglo XVI traída desde Francia, cuyos escalones están hechos de roble y la balustrada sirve de pedestal a la figura de Eduardo I, el primer habitante regio en Leeds. Lady Olivia falleció en 1974. Pero antes de su muerte ella transfirió la propiedad del Castillo al pueblo británico para siempre. Como muestra de gratitud hacia Lady Olivia, sus colores ondean sobre el asta principal del castillo, unidos a los colores de la Primer Reina y Gran Dama de Leeds, la Reina Leonor de Castilla.

Leeds ha sido, es y será el Castillo de las Damas por siempre.




Bibliografia
Taylor, Henry O. The Medieaval Mind. 2 vols. New York, 1927

domingo, 18 de octubre de 2009

The Ladies's Castle

LEEDS
The Ladies’ Castle

I

Once upon a time it was a privilege to live in Leeds Castle.

Let's know the narrative about the British Royalty's love and treason inside Leeds's Walls.
During centuries the Northern Kentish country, next to the British coast, appealed to numerous invaders. In the V Century, the Saxons drove out the Romans who had lived there from before Christ. Then the Saxons were the Normans’ victims. In 1150 a Norman Baron destroyed a Saxon’s residence and had a fortress built that was protected by an artificial lake. Thus it was the birth of the magnificent Leeds Castle.
Six Medieval Queens would reside at this fortress which was given to them as their dowry. Leeds would be known as The Ladies’ Castle. At the very beginning Leeds Castle looked solid and austere like a warrior, though.

During five turbulent centuries Leeds Castle was one of the Royal Family's Residences.
Top security was the "order of the day". As a protective measure the main part of the Castle was fortified according to the Medieval Standards of Beauty. The Royal Apartments were placed at the Homage Tower, which was connected with the main building through a passage under a stony bridge. Lord Congreve, the very well known historian, said that that singular combination of stone and water was wonderful because of its varied splendour.

For the Great Ladies that had Leeds as their home, the castle was the promise of lasting matrimonial happiness. Only one of them could achieve her dreams: the Spanish Leonor of Castile, whose colour waves on the pole on the main tower of Leeds Castle. She was the first Lady of the Castle. Leonor was given the ownership of the Castle when she got married to Prince Edward, the eldest son of Henry III, who would become King Edward I, the “Longshanks”.
At the age of 15, Edward travelled to Spain with his mother and was married at Las Helgas in October 1254 to the Infanta Leonor, daughter of King Fernando III, King of Castile and Leon. From that moment onwards the couple was inseparable for the rest of their joint lives.

Leonor gave the warmth of her feelings to the cold fortress and she made Leeds Castle into a residence deserving of a King. The marriage between Leonor and Edward was an arrangement with the purpose of consolidating an alliance between Spain and England. Nevertheless Leonor and Edward fell in love one another immediately. Their love lasted all their lifetime. From that time the mantelpiece of the chimney placed in the Queen’s Gallery reminds the Anglo-Spanish alliance.

When Edward went to the Seventh Crusade, Leonor's love suffered an endurance test. She left her children to be cared by other people and joined to Edward in his dangerous mission. She said that nothing would separate what God had joined. It was in Syria during the Holy War when Leonor saved Edward’s life by sucking the venom from a wound he received from a poisoned arrow. From that moment, because of her courage, the beauty Spanish brunette was known as Leonor the Faithful.
Edward was full of pride, love and thanks towards his wife. He decided to honour Leonor by beautifying Leeds Castle. He had Leeds Castle added many of the buildings that became it into the Fabulous Ladies' Castle. He made the main building and the Homage Tower renew. To protect both of them he made a solid wall build from whose watch-towers arrows could be shot by the archers. Finally Edward had the size enlarged and added a dike. This dike could be opened to flood the valley in case of danger.
At Leeds the Royal couple spent their happiest days and raised a family in an excellent conjugal harmony, which was not very common in the royalty.

The ending of the happiness was in the year 1290. Queen Leonor died. Leeds Castle mourned for the dead Queen. Edward I was downhearted and didn't enjoy living in the court any longer.
Deeply sad, he wrote: "My heart is mourned. If I loved her while she was alive, I couldn't stop loving her now she is dead". The disconsolate King had a chapel built where four monks and a cleric said Mass each day in memoriam Leonor's soul.

II

The next English Queen who received Leeds in her dowry was CatherineValois, youngest daughter of the mad French King Charles VI. The marriage between Henry was included in France's surrendering treaty of Troyes after his total victory against France in 1415. She got married to Henry V Monmouth at Troyes on June 2nd, 1420. This type of marriage between the royalties was common during the Middle Age. Some of them were successfully, others the exact opposite. The couple's initials joined by a true-lover's knot all around the Queen's bedroom can be seen up to our days. Nevertheless, he was not the great love of Catherine.
Shortly after receiving Leeds, Catherine had a clock and a bell installed, which are the most ancient in England. Henry died after only two years of marriage. It was on 31 August 1422. He was 35.

It was in the Leeds’ Gardens where a romance blossomed out between the young widow Queen and a young handsome Welsh gentleman, Owen Tudor, who was the keeper of the Royal cloakroom. Catherine and Owen got married secretly and unbelievably they had five children before being discovered and sent to prison. From them the Royal House of Tudor sprang. The first Tudor King was Henry VII and then his son, the most famous husband in the history. Henry VIII.
Living in Leeds Castle was not a privilege for the ladies any longer when Henry VIII was King of England. It became pain and tragedy for Henry VIII’s wives.

III

The War of the Roses had finished. The new King was a balsam for the wounds suffered by Lancastrians and Yorkists. Henry VIII was the principal heir of both Houses and the Second Tudor King. He was a Renaissance Prince: handsome, stout, good athlete, learning on languages and theology. He had musical talent. His fate was a Royal one. He was not the first but the second son of the King. After the death of his elder brother's and father's deaths, he was crowned King of England and took all the Royal properties, among them, the amazing Leeds Castle.
At that time, Catherine of Aragon was the most important for Henry. She was his late brother's widow. Catherine was the daughter of the Spanish Catholic Monarchs Ferdinand and Isabella. Leeds was again the cradle of a Royal couple's love.
Henry decided to make Leeds beautify for the sake of Catherine, who he got married to two weeks after being crowned, on June 11th, 1509. Henry had his best friend Sir Henry Wilfort add a second floor, rebuild the main Entrance Hall and the stairs. Stained glasses faced the central arbour and beautified the rooms. Henry decided to put up the "Lady's Maid's 'Tower" place where they were supposed to live in.
One of those ladies would be very soon responsible for changing the British History course.

Catherine of Aragon's time was the “Golden time” for Leeds. Catherine was deeply fond of her young husband and Henry seemed to be prepared for grandiosity. British people adored their King. Life in Court was rich and varied and there always were masked balls and tournaments between Henry and the noblemen. These tournaments were competitions of courage and fighting skill by using the sword, the spear, the long bow.
The Noble fighters gave honour to their Lords and Ladies. Henry VIII toured the country to attend tournaments and masked-ball parties. Henry was a clever warrior and his greatest was, after defeating his opponents, to bow down before them, take his helmet out and reveal his identity.
But in 1527 the King started revealing his true personality. Catherine only could give him a daughter, Mary, in spite of six pregnancies. Henry got worried because of the stability of the Tudor dynasty without an heir. His flirts and the existence of an illegitimate son were known by his subjects. At that time he was infatuated to Jane Boleyn. Jane and her sister Ann were ladies of honour at Catherine's court. Henry left Jane to give his attentions to Ann. They met themselves at a party. Henry felt a deep whim for Ann Boleyn. The King had ordered to make a chair that bore the following inscription: "The owner of this chair has the right to be kissed by any lady who sits here". In presence of the Queen and other courtesans, Henry sat Ann Boleyn on the chair and kissed her. After that the relationship between England and the Catholic Church would change forever.
Henry asked the Pope for a dispensation to get his divorce from Catherine. Henry said that he had never been married to Catherine because she had been his brother's wife. He used to cite verse from Leviticus.
In 1533 the Archbishop of Canterbury annulled the marriage between Henry and Catherine. The Queen died three years later. It was said the Queen died of grief. Henry didn't attend the funeral.

IV

Ann Boleyn never took Catherine's place in the British's heart. Ann Boleyn was pregnant when she was crowned. But the people didn’t love her. She was Queen of England for only three years. Henry III had become a fat and bad-tempered tyrant. His murderous anger and excessive pride made him very unpopular. A French Ambassador said that there was no so worthy head that the King couldn't have cut. Henry also was unpopular in Ireland and France. Henry fought unsuccessfully against Francois I, the French King.
Because his failure Henry dismissed all his ambassadors because he thought they were the responsible. But Henry feared Francois's reprisal; he decided to fortify the defensive structures of Leeds by arranging towers and embrasures Leeds was more grandiose yet but its happy days had ended.
Ann Boleyn hated the swans that swam in the Castle pond and the wild birds that lived in the forest surrounded it. She ordered the swans to be killed and the birds to be put in cages. Nobody loved Ann Boleyn. She was called Ann "The Black Raven". Henry had waited for her during six long years, but he didn't love Ann Boleyn any longer. He thought she was troublesome and whimsical.
She was accused of unfaithful. To make matters worse she could not give an heir to the King. She only gave birth to a girl, the future Elizabeth I. Her fate was determined. In the spring of 1536, after having given birth to a dead child, Ann Boleyn was arrested and sent to the Tower of London.
She was accused of adultery. Her brother and four noblemen were accused of having sex with her. All of them were beheaded. Henry had called for a French swordsman to save Ann from being executed by a simple axe. In the Tower Ann Boleyn practised how to go to the scaffold and bend in front of the executioner. On May 19th, 1536, Ann Boleyn was beheaded.

V

Jane Seymour was Henry VIII's next wife during a year. She died because of complications when she gave birth to Edward, the only male heir to Henry VIII. The King had not to be alone. Thomas Cromwell arranged Henry’s marriage to Ann de Cleves. But Henry disliked her. He called Ann "The Mare of Flanders". In less than a year the marriage was annulled
Catharine Howard, Ann Boleyn’s cousin, was Henry's fifth wife. Henry loved her, but she was unfaithful and in 1542 she was beheaded after having been a time in the Tower.
Eighteen months later Henry got married to Catherine Paar, who was his nurse rather than his wife. Within a year Henry died.

But in a way Henry had achieved his desire: an heir. Jane Seymour had given him a son, Edward, who would be crowned as Edward VII. In his deathbed Henry believed his dynasty would continue long time, but Edward was a sick boy and he would die when he was sixteen.

VI

Leeds would not belong to the British Crown any more. In the 20th, C. Leeds was in ruins. But thanks to Lady Olivia Bailey's love, the owner, Leeds would reborn, like the Phoenix, among its ashes.
Lady Olivia was an Anglo-American aristocrat. She shared Henry VIII's blood from both sides of her family. She was the worthy “20th.Century Queen of Leeds Castle”. In 1926 she decided to have the Castle restored to become Leeds one of the most famous stately homes in England. In the twenties there were parties again. The guests were from Charles Chaplin, Errol Flynn, James Stewart, Noel Coward, Somerset Maugham, the Prince of Wales.

Nowadays there are also pictorial masterpieces. There is a 16th century stair brought from France whose steps are made of oak and the banister bears the figure of Edward I, the first Royal inhabitant in Leeds.
Lady Olivia died in 1974. But before her death she transferred Leeds to the British people forever. As a sample of gratitude to Lady Olivia, her colours wave on the main pole of the Castle, joined to the colours of the First Queen and Great Lady of Leeds: Leonor of Castile.

Leeds has been, is and will be the Ladies’ Castle for ever.



Bibliography
Taylor, Henry O. The Medieaval Mind. 2 vols. New York, 1927

sábado, 3 de octubre de 2009

Amoresd Reales

Amores Reales

Eleanor of Aquitaine

Víctima de las Noches Orientales





En Provenza nace la dama y, con ella, la sociedad cortesana y el amor cortesano. Provenza es la tierra de Eleanor de Aquitania , nieta de aquel primer trovador, Guillermo de Poitiers.


Eleanor de Aquitania & Louis de Francia


Qué pareja tan despareja forman Louis y Eleanor. Louis, es un débil joven rubio, de ojos azules, no muy agraciado. De acuerdo a los cánones de la época, como el hijo más joven, ha sido educado en un monasterio pues su destino es seguir el camino eclesiástico. Un instruido y excepcionalmente hombre devoto, Louis está mejor preparado para la vida monacal que para la vida real. Él se convierte en heredero al trono de Francia inesperadamente después de la muerte accidental de su hermano mayor, Felipe, en 1131.
Eleanor es una adolescente vivaz, enamorada del amor y atraída por los paladines que pululan por las cortes. Precozmente enamorada de su tío Raymundo, sufre horrores cuando éste es parte hacia Antioquia en misión militar. Pero es una hija obediente. Respetando el deseo de su padre moribundo, Eleanor se casa el 22 de julio de 1137, con Louis de Francia El Joven - segundo hijo del rey de Francia, Louis El Gordo y de Adélaide de Maurienne - cuando apenas tiene 15 años.
Una vez celebrado el casamiento en Burdeos, el serio y flemático príncipe vuelve a sus viejos intereses religiosos. Eleanor, ya princesa de Francia Eleanor es su reina.
En 1137 la reina del sur, joven y vital, llega a un París que es arcaico, bárbaro y primitivo comparado con el mundo rico y lujoso de las ciudades de Aquitania.



En aquél Paris, los reyes ocupan el ala occidental de un oscuro palacio, en cuyo extremo oriental está la sede del arzobispado. No muy lejos se encuentran algunas iglesias viejas, estrechas y oscuras, la casas de los judíos y el barrio de los estudiantes. Enfrente, en la orilla izquierda del Sena, se hallan las escuelas. La vida es ruidosa y agitada. Es mucha la suciedad, la basura y por consiguiente, las enfermedades.

Apenas instalada en Paris, la flamante reina impone poco a poco los temas de los trovadores y las costumbres galantes de su amada Aquitania. Tiene la frescura de la juventud, la insolencia de la belleza y la independencia que le brinda la cuantiosa fortuna heredada de su difunto padre. Se regodea ante la pacatería de las matronas de la época y se place con el entusiasmo de las jóvenes de su séquito mientras retoza seduciendo a jóvenes caballeros de la corte.
Así en poco tiempo las esposas de los grandes señores comienzan a llevar una vida de grandes lujos entre sus damas de honor, sus pajes y sus trovadores. Los trovadores son juglares instruidos e inteligentes, capaces ellos mismos de escribir sus canciones en lugar de copiarlas de otros. Algunas veces el rey Louis VII tiene asomos de poeta, aunque lo más corriente es que asista a estas diversiones con aire indiferente o irónico. Es en estas reuniones, digamos cortes en miniatura, que Eleanor desarrolla, esencialmente por juego, primero la concepción y más tarde el verdadero código del amor cortesano.

La doctrina del Amor Cortesano.

El enamorado, joven, hermoso, rico, de buena cuna, se halla ligado a su amada por obligaciones que recuerdan las del vasallo hacia su soberano.
Debe servirla dócilmente, sin esperanza de recompensa y, si es preciso, morir por ella. El enamorado es discreto y no se delata más que con las miradas, la timidez y el rubor; no declarará su amor sino en el caso de que la dama le anime a ello. Es una pasión intelectual que no busca necesariamente la satisfacción de los sentidos.
Eleanor, mujer total, dictamina que ese amor debe elevar el alma del hombre que lo experimenta, dar a su vida un por qué y conducirlo a realizar las más locas tareas. En cuanto a la dama, basta con que haya concedido algunos minutos de conversación, una sonrisa, o algún objeto de uso particular.
Por otra parte, la dama suele no ser libre para conceder otros favores, ya que está casada (esta es la situación de Eleanor, casada con Louis VII); además, este amor cortés, como los poetas se encargan de aclarar, no puede existir entre marido y mujer, quienes tienen que concederse por obligación aquello que de otra forma sólo llega a obtenerse, eventualmente, haciendo méritos durante largo tiempo.
Las normas del Amor Cortesano son un Código tan elaborado como los jardines en donde los enamorados galantean a su dama. De acuerdo con las normas, el romántico caballero debe ser, ante todo, cortés. Por mucho tiempo que la dama le niegue sus favores, él debe seguir cortejándola sin desmayar.
De tal manera se crean las Cortes del Amor, que ciertamente no son tribunales. Eleanor ha elaborado de tal manera la trama de esta doctrina que la misma se presta a intrigas largas y complicadas, a discusiones casi jurídicas, siendo lo esencial en cada caso, saber quién tiene la razón, si el enamorado o la dama. Cuando un debate amoroso llega a ser demasiado arduo, Eleanor establece que debe convocarse a una gran dama, a veces incluso a la propia Reina (ella en este caso), para que actúe como árbitro. Ésta responde por escrito explicando, de mil maneras, los motivos de su decisión.

Cuando Eleanor, después de unos años, se traslada a Poitiers - tierra de su abuelo y que ella ha heredado – convierte a su corte en lo que puede llamarse Escuela Superior del Arte Cortesano dentro de la vida de toda la Europa occidental. Futuros reyes y reinas, duques y princesas se forman según el modelo impuesto por esta excepcional mujer, y hacen luego de sus cortes copias de las de ella. Eleanor ha sido la primera y más grande reina, mujer fuerte y apasionada que perdura en el recuerdo, rodeada de un aura de gloria y de lujuria.

Quien y cómo era Eleanor de Aquitania

Eleanor de Aquitania nació alrededor del año 1122. Falleció el 1º de abril de 1204 a la edad de 82 años en tierra francesa. Fue la reina consorte de dos de los más poderosos monarcas del Medioevo: Louis VII de Francia (desde 1137 a 1152) y de Enrique II de Inglaterra (desde 1152 a 1204). Aunque Enrique murió en 1189, ella conservó su título de reina consorte hasta su muerte.

Eleanor, bella adolescente de 14 años, poseía unos ojos verdes de tal magnetismo que los caballeros que la miraban se sentían fuertemente emocionados y algunos trovadores le habían dedicado ya ardientes versos, cosa que encantaba a la adolescente pues ella también empezaba a tener en cuenta a los hombres con mal disimulado interés.
Lejos estaba Eleanor en pensar en casarse a tan temprana edad. Pero una mañana del año 1137 la joven fue informada de la muerte de su padre, el duque Guillermo III de Poitiers, duque de Aquitania, uno de los más poderosos caballeros de Francia.
Encargado de dar tan triste noticia fue Godofredo III, arzobispo de Burdeos. También el eclesiástico dijo a la ahora joven duquesa que Guillermo de Poitiers, temiendo que su ducado fuera presa de algunos ambiciosos barones, había mandado embajadores a Ile-de-France, con objeto de pedir al rey Louis VI protección para sus herederas Eleanor y Alicia, su hermana menor. Además el duque había rogado a los embajadores que comunicaran al rey que su último deseo era casar a su hija mayor, Eleanor con Louis el Joven, hijo del rey francés.

La adolescente palideció al saber los deseos de su padre. Casarse con un hombre del Norte le daba miedo, pero la idea de convertirse en el futuro en reina de Francia le agradaba sobremanera. En cuanto a Luis VI, el Gordo, éste fue muy feliz cuando se enteró del deseo de Guillermo de Poitiers. Casar a su hijo con la poderosa heredera de Aquitania era un gran negocio, no obstante que los territorios serían siempre propiedad de Eleanor.
Así, unas semanas más tarde el heredero de la corona llegaba a Burdeos. Tenía 17 años, una hermosa cabellera rubia, ojos azules y un aire candoroso. Eleanor se sintió complacida. Le sonrió y sus ojos verdes brillaron de tal manera que el príncipe se sintió conmovido. Fue un flechazo de amor por ambas partes.
Al día siguiente se celebró el matrimonio en la basílica de San Andrés en Burdeos.
Inmediatamente después de la ceremonia, los jóvenes esposos partieron para Paris donde los esperaba Louis VI.
Se dice que su noche de bodas no fue en Burdeos después de la ceremonia, sino en algún lugar del camino hacia Paris… Pero, desgraciadamente, el joven Louis no tenía ninguna experiencia. Eleanor tuvo que insistir y él demostró ser un mezquino amante.

Bella, caprichosa y adorada por Louis, Eleanor ejerció considerable influencia sobre él, incitándolo a emprender peligrosas aventuras. Desde 1147 a 1149 Eleanor acompañó a Louis en la Segunda Cruzada. La conducta de la reina durante esta expedición, especialmente en la corte de su tío Raimundo de Poitiers en Antioquia, despertó los celos de Louis y marcó el comienzo del distanciamiento de la pareja.

Eleanor era una mujer fuerte que pudo afirmar su independencia debido a sus posesiones territoriales y la cuantiosa herencia recibida de su padre; pero después que se conocieron las aventuras de Eleanor durante la Segunda Cruzada, la Iglesia oficialmente descorazonó a las mujeres gobernantes de hacer votos de ir a las Cruzadas. Sin embargo las mujeres continuaron acompañando a los hombres a las guerras, como la hermana y la esposa de Ricardo Corazón de León hicieron en la Tercera Cruzada, pero ellas avanzaron en un forma privada. Las únicas mujeres que la Iglesia oficialmente aprobaba para la parte del ejército de los Cruzados eran las lavanderas. ¿Por qué las lavanderas? Ellas jugaban un papel vital lavando la ropa para prevenir los piojos de los cobertores, y eran mujeres normalmente demasiado viejas para ser una tentación para los hombres.

Eleanor víctima de las noches orientales

Louis VII era cobarde. Cobarde para amar y cobarde para luchar. Entonces, ¿cómo es que emprendió una aventura tal como la Segunda Cruzada?
Todo es explicable. Y esta gesta heroica del rey Louis VII de Francia tiene explicación.

Leonor había traído a su hermana Alicia, un año menor que ella, a la Corte de Francia.
La joven era graciosa y su sangre cálida. Bien pronto comenzó a mirar a los jóvenes condes que frecuentaban el palacio. Su aspecto de niña precoz sedujo al buen mozo de Raoul de Vermandois. Una noche ella fue a su habitación y se convirtió en su amante. El placer de los amantes fue tan poco discreto que nadie pudo dormir esa noche en el castillo.
Al día siguiente, el timorato rey llamó a Raoul y le echó una reprimenda por su comportamiento. Raoul un poco avergonzado, murmuró que se casaría con la ardiente Alicia. Pero Raoul estaba casado con Gilberto de Champagne… así que decidió repudiar a su mujer aduciendo que como eran primos su boda era un sacramento prohibido por la Iglesia.
Siendo esta historia pura invención, la misma no prosperó. Pero Eleanor deseaba que su hermana fuera feliz, así que ayudó a los amantes.
¿Cómo?
Dos meses más tarde, un concilio formado por amigos de Eleanor declaraba ilícita la unión de Raoul con Gilberta y aquél se casó con Alicia.

Pero Gilberta no era mujer temerosa. Se quejó ante su tío, Teobaldo de Champagne, quien enfurecido al ver como la Corte de Francia trataba a su sobrina, declaró la guerra a Louis VII. Hubo violentos combates entre los dos ejércitos. Louis VII sitió Vitry y, en un momento de furia, ordenó incendiar la ciudad. Mil trescientas personas murieron quemadas.
Al recobrar su sangre fría sintió grandes remordimientos por tal hecho. Como era un cobarde, Louis reprochó a Eleanor y a su hermana ser ambas el origen de esa guerra.
A su regreso a París, se confesó con San Bernardo, quien le sugirió como penitencia que fuera a combatir contra los infieles a Palestina. Louis decidió que Eleanor lo acompañara a Jerusalén.

¿Tan enamorado estaba de ella?

No, pero estaba celoso y conocía la fogosidad de la reina. Por lo tanto creyó prudente llevar a su mujer a Jerusalén. Pobre rey Louis, nadie le había prevenido sobre los desastrosos efectos de las cálidas noches de Oriente sobre las mujeres

…… …… …… …….

El 1 de junio de 1147 los reyes partieron hacia Tierra Santa, acompañados por numerosos caballeros. ¿Sólo caballeros? Eleanor de Aquitania, emprendió la cruzada al lado de su primer marido Louis VII de Francia escandalizando a Europa: llevó 300 de sus mujeres vestidas como las amazonas y mil caballeros de su ducado en los ejércitos de la Segunda Cruzada. Aunque ella insistió que las mujeres fueron solamente para "cuidar los heridos". Atravesaron Alemania, Belgrado, Bizancio, embarcaron en Efeso y en la primavera de 1148 llegaron a Antioquia. Raimundo de Guyena, tío de Eleanor, era el Príncipe de la ciudad. Recibió magníficamente a los soberanos en su espléndido palacio, y se mostró muy galante con su sobrina… Y la sobrina se estremeció al comparar el aspecto físico de su esposo con la de su tío Raimundo con su bella cabeza erguida, montando un caballo que parecía más grande que lo normal, y sus manos sobre el pomo de la silla. Raimundo era rey y guerrero, Louis era débil y cobarde.

El calor agobiaba a Eleanor de tal manera que no podía dormir de noche. Los afrodisíacos efectos del clima y la indiferencia de Louis, quien la había dejado dormir sola desde su salida de Francia, despertaron la naturaleza dormida de la reina de Francia.
En una de las tantas noches vigilia de Eleanor, un hombre entró furtivamente en su habitación.
¿Quién fue el misterioso amante que abandonó la real alcoba antes del alba?
¿Un infiel? ¿Un cruzado que no pudo resistir su deseo? ¿El tío Raimundo? ¡Misterio Sea como fuere, Eleanor tuvo a la mañana siguiente un aspecto tan radiante que despertó las sospechas del rey. De vez en cuando, el príncipe Raimundo tenía entrevistas particulares con su sobrina
Se dice que una noche Raimundo y Eleanor estaban hablando – quizá de los negocios que el tío tenía en Siria – muy cerca el uno de la otra cuando el rey entró de repente.
Los celos de Louis se potenciaron pues se sabía un marido engañado. La acusó de tener un comportamiento indigno de una reina. Más que eso, el comportamiento de Eleanor no era de una reina sino de una prostituta, le grita Louis al momento de ordenarle que lo acompañe de regreso hacia Jerusalén, viaje que harían de inmediato.
Eleanor no acepta la orden de su esposo y lo desafía abiertamente: ¿era más importante para Louis su comportamiento como reina que como esposa? ¿Era Louis más Rey que esposo?
Eleanor era antes que reina, mujer; Louis antes que hombre era rey.
Ella se siente mujer y como tal víctima de un hombre poderoso a quien ella ya no ama: el Rey. El Rey, Louis, le ordena salir de Antioquia junto con él. Ella se opone pero él no sólo ordena sino recrimina. Le grita que ella olvida muy fácilmente que es su esposa.
Este discurso de marido despechado despierta en Eleanor un sentimiento negativo. Se siente víctima de un poderoso y siente que aquello es una injusticia, ya que él le exige que ella sea su mujer cuando él desde hace tiempo ha olvidado ser su hombre

Por eso su reacción es cruel, impiadosa. Ella actúa cruelmente para neutralizar la crueldad de Louis, quien la calificó de mujer viciosa, hija de una familia de perros incestuosos. Este argumento le dio a Eleanor la respuesta capaz de dañar, asombrar y sorprender a Louis, que era la castidad en persona. Le dice que ellos eran parientes en un grado prohibido por la Iglesia y que su lecho era sacrílego.
El pobre rey palideció intensamente pues era muy respetuoso con las leyes de la Iglesia y sólo vio una salida: el divorcio. Solución que Eleanor aceptó de inmediato ya que ella se siente casada con un monje no con un rey

Después de la discusión, Louis y Eleanor volvieron a sus respectivas habitaciones. Esa noche fue una noche excepcional para Leonor: durmió sola, sin ninguna compañía masculina. Al día siguiente la pareja real, junto con sus tropas, dejan Antioquia rumbo a Jerusalén.

Eleanor extrañaba las noches voluptuosas de Antioquia y estuvo varios días sin hablar con su marido. Luego cambió de parecer y hasta le sonrió en Jerusalén. Louis, que estaba profundamente lastimado en su virilidad, aprovechó la ocasión para visitar a la reina en su cuarto. Ella lo recibió con los brazos abiertos.
Pero esa noche de placer no cambió las intenciones de Louis quien deseaba divorciarse de Leonor.

El Abad Suger, regente del reino en ausencia de Louis VII, era muy buen político. Cuando se enteró de los deseos del Rey pensó, asustado, que si los reyes se divorciaban, Eleanor recuperaría los territorios que había aportado como parte de su dote. Y para hacer las cosas peor, Eleanor sólo tenía 25 años, podría volver a casarse y con algún enemigo de Francia. Por lo tanto el Abad, dejando de lado sus escrúpulos religiosos, aconsejó al Rey que no se divorciara hasta su regreso a tierras francesas.


Louis decidió esperar y cuando la real pareja se detuvo en Roma, el Papa, prevenido por Suger, les dijo que entre ellos no existía problema de consanguinidad y su matrimonio era válido. Louis, quien estaba muy enamorado de Eleanor, se puso muy contento y celebró de inmediato una nueva boda. Esa noche puso tal esfuerzo en el lecho que después de algunas semanas se enteró que la reina estaba embarazada. Los cruzados volvieron a Francia y la reina dio a luz a una niña. Durante algunos meses fue una esposa modelo…
Pero Louis no fue un esposo modelo. Louis VII era un rey escrupuloso y piadoso. La corte de Rey francés era la más reluciente en el mundo occidental, Louis VII y su esposa Eleanor de Aquitania simplemente habían vuelto de la cruzada. Ellos lograron cumplir un sueño ambicionado por otros príncipes. Eleanor, de 28 años de edad era una belleza famosa quizá por ser la más bella de su tiempo.
Louis, su marido, se puso después de la cruzada más religioso y acético en su carácter, mientras que ella era cada vez más coqueta y ligera de espíritu. Su matrimonio no era fácil.

Eleanor dio a Louis VII dos hijas en 14 años de matrimonio, pero la ausencia de un heredero, un hijo varón hacía pensar a Louis que no sería mala idea replantearse la posibilidad de un divorcio. Su reino estaba antes que su matrimonio, su deber de rey estaba antes que su papel de esposo.
Virtudes muy meritorias en un gobernante, pero un tanto aburridas en un marido que, para colmo de males, era celoso. Eleanor aburrida y siempre empujada por su deseo de seducir y complacer – ó complacerse – cometió imprudencias con jóvenes señores invitados a palacio. Se mostraba tan frívola que nuevamente el rey sintió celos. Un día tuvo la certeza de que Eleanor tenía un amante, ¿o varios?
Louis, enojado, no habló con Suger sino con un grupo de obispos amigos suyos y enemigos de Suger. Estos obispos aseguraron al rey que había consanguinidad y que el matrimonio era nulo. A la muerte de Suger se reúne un concilio en Beaugency y en marzo 1152 se anuló el matrimonio.

Eleanor estaba en Blois y fue muy feliz cuando se enteró de la noticia Estaba harta de ese marido demasiado escrupuloso y piadoso, que pasaba sus días rezando y vigilándola. Además ella podría realizar su sueño: con algunos trovadores y algunas mujeres hermosas organizaría una corte de amor

De acuerdo a las costumbres feudales, Eleanor retuvo para ella las posesiones de Aquitania. Así es que la joven princesa, que poseía un tercio de Francia, tuvo muy pronto numerosos pretendientes. Para huir de ellos se refugió en su castillo de Poitiers.

El 18 de mayo de 1152 empieza otra historia para Eleanor de Aquitania. Pero esta historia será tema de una próxima entrega.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Viejos Jóvenes



Viejos Jóvenes


Quienes han nacido después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial – conocidos como “baby-boomers” - pertenecen a las más venturosas generaciones. Es que al culminar la primera mitad del siglo XX el mundo entero desechó conformidades y rituales antiguos para dar libertad a las nuevas generaciones para que en nuevas filosofías y acciones de vida que son las que hoy, en pleno siglo XXI, toda persona que atraviesa su sexta década de vida en más tiene el derecho de disfrutar. Así es que en esta sociedad del mismo modo que los jóvenes redefinen sus roles y su papel en ella, quienes transitan su tercera edad empiezan a reivindicar nuevas funciones con más fuerza que en el pasado.
Los jóvenes, en este mundo globalizado del siglo XXI tienen una apretada agenda en la búsqueda de su camino por la vida. Ellos van consumiendo sus mejores energías juveniles, ocupados en crecer, perfeccionarse en conocimientos, insertarse en la sociedad, ya sea por medio de un trabajo, un oficio, una profesión. Luego la formación de pareja y de alguna manera establecerse. Por eso al promediar la sexta década de vida es cuando se puede comenzar a vivir plenamente, poniendo en práctica toda la experiencia adquirida en el transcurso de la misma. Cada pérdida sufrida reporta una experiencia ganada. El sexagenario del siglo XXI tiene una vida mucho más enérgica y activa, sin las connotaciones de aislamiento o soledad que, en su más profunda ambivalencia, encierran las palabras vejez, ancianidad, senectud, senilidad, vetustez. Palabras éstas que deben ser eliminadas del glosario por ser negativas y discriminatorias.
Pero recordemos que muchas personas capaces, genios o no, pueden florecer temprana ó tardíamente; no importa a que edad comiencen a producir, lo que importa es que podamos hablar de su producción más allá de su edad. Las artes, las ciencias, el mundo de los negocios nos dan infinidad de ejemplos. Es decir que cuanto más fértil sea una persona después de haber llegado a su sexta década de vida, más feliz será su ella en su tercera y cuarta edad.
Vamos a hablar sobre Giuseppe Verdi, una emblemática personalidad que a partir de su sexta década de edad culminó su obra de vida con la misma fuerza que tenía cuando su juventud.
Verdi, viudo desde largo tiempo, contrajo un segundo matrimonio con Giuseppina Strepponi, ex cantante de ópera y vieja amiga suya, cuando el compositor estaba promediando la cuarta década de existencia. Verdi y Giuseppina obviamente estaban muy seguros de su relación. Y tan seguros estaban que su casamiento al final de la década de 1850, fue un evento tranquilo, como algo que había sido muy pensado durante la larga convivencia que tuvieron antes de pasar por el altar. El 29 de agosto de 1859 la pareja se unió en matrimonio en la parroquia de la iglesia de San Martín de una pequeña villa piamontesa.

Ellos convivían en un equilibrio del perfecto, no porque fuesen iguales, sino porque se complementaban. Peppina era de mente abierta y tenía un gran sentido del humor mientras que Verdi era más complicado, callado y sarcástico. Ella era diplomática, él podría ser violento. Ella era naturalmente franca y agradable, él era irónico y mordaz con un carácter bastante intemperante. Ella se manejaba bien con los idiomas mientras que él encontraba difícil comunicarse verbalmente en cualquier idioma que no fuese el italiano. El francés de Giuseppina era excelente al igual que su español. Ella tradujo para Verdi las obras sobre las cuales él se basó para componer Il Trovatore y Simon Boccanegra .
Su relación de cincuenta años fue de afecto mutuo y respeto – aunque a mediados de 1870 apareció el inevitable pelo en la sopa, lo que llamaríamos la crisis de la mitad de la vida en Giuseppe Verdi. Al mencionar “la crisis de la mitad de la vida de Verdi” a sus ya bien cumplidos 60 años, nos referimos a la mitad de su vida laboral. Obviamente de ninguna manera queremos significar que Verdi vivió hasta los 120 años.

Es en la década de 1870 cuando Verdi trabaja con la misma pasión de sus años jóvenes y produce obras maestras como el Réquiem, en memoria de Alessandro Manzini, el novelista más admirado por Verdi. En 1875, la Misa de Réquiem es interpretada en la Iglesia de San Marcos en Milán bajo la batuta del mismísimo Giuseppe Verdi quien ya cuenta con 62 años. En 1880,trabaja en la revisión de Simón Boccanegra, ópera compuesta y estrenada 23 años antes. Quiere rejuvenecer la ópera que creara cuando tenía 44 años ahora que él ya ha cumplido los 67. Y al cabo de seis meses consigue finalizar la revisión de Boccanegra. Además está dando forma, junto con Arrigo Boito, al libreto de Otello.
En 1884, a sus 71 años, Verdi comienza la composición de Otello, ópera que finalizará dos años más tarde, cuando ya tiene cumplidos 73 años. Un año más tarde estrena Otello en la Scala de Milán. Otello es considerada por muchos la más grande entre las óperas de Verdi. Verdi maneja la orquesta en Otello con maestría. Otello es una gran obra y su lenguaje nos resulta tan directo hoy como pudo resultarle al público milanés de hace más de un siglo. Otello es una obra de arte musical que es puro Verdi, no refleja la influencia de ningún otro compositor.
Y sigue luego con más trabajo y más ímpetu. A los 75 años compone “Laudi a la Vergine Maria”, la cual la publica como Nº 3 de “Cuatro piezas Sacras”. Un año más tarde – ya tiene 76 - es cuando compone “Ave Maria sulla scala enigmatica”. Y luego la divertida “Falstaff”, la única ópera digna de ser el broche final para un compositor de la talla de Giuseppe Verdi. Después de celebrar su septuagésimo séptimo cumpleaños dice que necesita cerrar su labor componiendo una ópera cómica, ya que “las bromas y risas de la comedia son un estimulante para la mente y para el cuerpo”. “Manos a la obra con Falstaff. Olvidemos los obstáculos, mi edad y los achaques”
Después de dos años de arduo trabajo teme por la conclusión de su obra. Temor que no es más que coquetería de viejo-joven-viejo zorro que a pesar de este discurso: “Cuando era joven, podía pasarme 10 o 12 horas en mi escritorio, trabajnado sin cesar, a pesar de mi mala salud. Más de una vez me ponía a trabajar a las 4 de la mañana y no paraba hasta las 4 de la tarde, tomando sólo una taza de café para mantenerme en pie. Ahora no puedo hacerlo. En aquellos tiempos, controlaba mi salud y mi tiempo. Ahora, por desgracia, las cosas no son así. Concluyendo: lo más conveniente ahora y en el futuro es decir no puedo y no haré la menor promesa en relación con Falstaff. ¡Pasará lo que tenga que pasar y como tenga que pasar!”
Termina de componer “Falstaff” a los 79 años Al comienzo de la octava década de su vida comienza a ensayar Falstaff, algunas veces hasta 8 horas diarias. El 9 de febrero de 1893 se estrena la ópera en la Scala de Milán. Desde su mismo estreno, Falstaff ha sido recibida con entusiasmo y con admiración; parece increíble que una ópera con un calor tan vital y un lirismo tan alegre haya sido obra de un octogenario. Octogenario que despide a su personaje Falstaff garabateando en la partitura de la obra
“Tutto é finito. Va, va, vecchio John”

Más aún
Tiene 81 años cuando compone la música para un ballet y hace algunos arreglos para el estreno de Otello en Francia. A sus 82 años comienza a componer el Te Deum que será publicado como el Nº 4 de “Cuatro Piezas Sacras”. A los 83 años trabaja en el “Te Deum” y “Stabat Mater”, el Nº 2 de ‘Quatro Piezas Sacras’.
Más no es la edad la que lo va a derrotar a este viejo luchador sino la vida en su inexorable andar. En 1897 Giuseppina, su amante compañera por 50 años e incansable apoyo a través de los más y de los menos de la vida, lo deja para siempre.
A partir de ese momento Verdi – con 85 años a cuestas – decide permanecer en su suite del Grand Hotel en Milán. Desde ahí supervisa la construcción de la Casa de Reposo, hogar de retiro para músicos pobres. Para este proyecto había comprado en 1889 un terreno en la ciudad de Milán. Y en 1899, con 86 años, funda oficialmente la Casa di Reposo.
Él ya había donado para la construcción de un nuevo hospital para los pobres jornaleros de granja y sus familias en Villanova, aunque en esa oportunidad contribuyó con dinero y en esta ocasión supervisó los trabajos.
Pero Verdi no sólo fue un “joven-viejo activo” en la faz laboral sino también lo fue en el aspecto sentimental. Giuseppina no sólo era una mujer muy inteligente y bien-educada, ella también era una mujer paciente y sabia, y capeó el temporal sentimental que provocó la tormenta creada cuando el afecto de Verdi hacia ella se convirtió en desamor. El sexagenario compositor se enamoró perdidamente de la soprano Teresa Stolz.
La soprano checa Teresa Stolz había actuado como solista en la representación del Réquiem de Verdi y en la mayoría de las interpretaciones efectuadas en Italia, así como en la gira por Europa. Había sido la amante del director Angelo Mariani y a sus 40 años era una mujer de gran atractivo. Había intimado con los Verdi y hubo rumores insistentes sobre la verdadera naturaleza de su relación con el compositor.
La Stolz ha sido descrita como una mujer intrigante y ambiciosa que había abandonado a Mariani por Verdi. Se decía de encuentros clandestinos de la “amorosa pareja” Verdi -Stolz en un lujoso hotel de Milán. El ya tenía 62 años, lo que es, según nuestros standards actuales el comienzo de la 3ª edad.
Giuseppina estaba al tanto de estos devaneos sentimentales y le escribió una carta comprensiva y amistosa a la Stolz.: “Nosotros te queremos. Tú lo sabes, lo crees y te alegras de creerlo. Puedes estar segura de que conservaremos nuestros sentimientos hacia ti el resto de nuestros días”.

Es imposible saber si lo que unía al compositor con la admirada soprano era un mero sentimiento romántico o algo más profundo. En 1864 la Stolz tenía 30 años cuando hizo su primera aparición en Italia, cantando en Il Trovatore en Spoleto y al año siguiente ella cantó triunfalmente la Juana de Arco de Giuseppe Verdi. Este fue el comienzo de la carrera de uno de las más requeridas cantantes en Europa. Su popularidad se acrecentó por haberse convertido en una de las favoritas cantantes de Verdi. Los encantos de la Stolz (19 años más joven que Giuseppina) provocaron los celos – no infundados – de la señora Verdi. El compositor, profundamente enamorado de Teresa la eligió como la primer soprano de Aída en Italia y luego para las premieres mundiales de Don Carlo y el Réquiem.

Debemos quebrar este momento sentimental echando por tierra la imagen romántica de don Giuseppe. Verdi amaba la buena mesa y era un buen cocinero. Como prueba de amor él no le enviaba a su “prima donna” favorita – la Stolz – flores o joyas sino recetas de comidas. Así luego del éxito en la presentación de su Misa de Requiem, le envió como prueba de amor y admiración un paquete conteniendo un pechito de cerdo y una carta con la receta secreta para preparar el plato.

“Mi querida te recomiendo que recuerdes los siguientes pasos para cocinar apropiadamente este pechito de cerdo. 1) Sumerge la carne en agua tibia durante 12 horas para remover la sal.
2) Luego ponlo en agua fresca y fría para hervir a fuego lento durante 3 horas y media, o quizá 4 si el pechito es muy grande. Tu podrás darte cuenta si está cocido pichando la carne con un escarbadiente. Si éste entra fácil eso significa que el pechito está cocido. 3) Déjalo enfriar en su propio caldo y luego sírvelo. Debes ser especialmente cuidadosa acerca de la cocción. Si la carne es demasiado dura no está bien y si está demasiado cocida la carne se volverá seca y fibrosa”.

Agotada, triste y desconcertada, Giuseppina salió de este tumulto emocional después de siete años de angustia e incertidumbre con su dignidad más o menos intacta, aun cuando la situación no fue resuelta completamente.
Una paz relativa, o más bien una tregua, volvió a la casa de los Verdi por 1877. La discreción es la palabra más adecuada para calificar a la situación. La correspondencia entre las dos mujeres durante el 'el ménage à trois' son una lección de retórica de comentarios oblicuos, amenazas veladas y apelaciones escasamente ocultadas. Después de 1877 sus cartas eran menos frecuentes y asumieron un tono diferente, casi fraternal, dándose consejos la una a la otra sobre vestidos y encajes, pieles y mobiliario.
Por más herida que Giuseppina hubiera estado durante ese tiempo terrible, ella siempre estuvo al lado de Verdi y nunca perdió su afecto profundo y amor por él. Es de hacer notar que fue en esa época cuando Verdi había mostrado un comportamiento muy desconsiderado hacia ella, siendo sus usuales momentos de silencio seguidos por violentos abusos verbales y psicológicos.
Ella seguía siendo su incansable apoyo, muy importante en los años maduros cuando la actividad de Verdi pareció crecer acorde a una creatividad inusitada que lo llevara a seguir con la revisión de Simon Boccanegra y el nuevos Otello y Falstaff.
Lo cierto es que la amistad de la Stolz con los Verdi no se interrumpió, y tras la muerte de Giuseppina, Teresa siguió siendo la amiga abnegada del compositor en su sus últimos años.
Giuseppina Verdi Strepponi se murió a Sant'Agata el 14 de noviembre de 1897. Una carta escrita a ella por Verdi cincuenta y un años antes, en 1846 - una carta que nadie alguna vez vio excepto el escritor y el destinatario - sería puesta sobre su corazón y se enterraría con ella, de acuerdo con su último deseo en su testamento.
¿Es demasiado sentimental lamentar el hecho que el sobre no se encontró hasta después de que el ataúd fue sellado?
Ella nunca consiguió que su marido dejara su posición agnóstica: no obstante sus últimas palabras a él fueron:
' Y ahora el addio, mi Verdi. Así como nosotros estuvimos unidos en la vida, pueda Dios reunir nuestros espíritus en el Cielo. '
Detrás este gran hombre estuvo esta gran mujer, por cierto. Giuseppina Verdi Strepponi reafirma el viejo adagio de que son pocas las mujeres que puedan compartir su vida con un genio creativo malhumorado y difícil como ella lo ha hecho.
El magnífico compositor falleció a los 88 años, para ser precisos el 27 de enero de 1901 en el Grand Hotel de Milán.
De entre la multitud reunida para dar el último adiós al músico que descansaría junto a Giuseppina en el cementerio municipal de Milán, se oyó una voz que comenzaba a cantar muy sosegadamente “Va, pensiero, sull’alli dorate”.

Al año siguiente – 1902 - Teresa Stolz, la “soprano para Verdi”, dejó de existir.

Tiempo después, Giuseppe, Giuseppina y Teresa fueron a dormir en paz a la Casa de Riposo, donde como en un cuento de hadas, el amor sobrevive a la muerte. El gran compositor duerme su sueño eterno junto a las dos mujeres que tanto lo amaron. Giuseppina a su derecha y Teresa a su izquierda.


Bibliografía:
DIGAETANI, John Louis: Invitación a la Ópera Javier Vergara Editor S.A. Buenos Aires. Argentina, 1989
OSBORNE, CH.: Verdi. Londres, Macmillan London Ltd.1978





jueves, 17 de septiembre de 2009

Batones y Bigudíes Marplatenses

Sara Garfinkel



Batones y Bigudíes Marplatenses


Mar del Plata 2007



Agradecimiento


A José Berg, mi querido esposo, amoroso compañero de mi vida, por su comprensión y apoyo en esta nueva etapa de mi vida. Sin él nunca me habría decidido a sacar a la luz tantos trabajos literarios que vengo produciendo desde mi juventud.
Gracias PEPE
Sarita




Mar del Plata, 2007

Prólogo


La historia social de Mar del Plata comienza con las familias de dos y hasta tres apellidos que venían a veranear a la hermosa naciente villa balnearia. También se mencionan con admiración sus señoriales mansiones rodeadas de perfectas versiones de formales madrileños jardines sabatinescos ó barrocos vergeles holandeses. Hasta los más importantes medios de prensa, como las revistas El Hogar, Atlántida y los diarios La Nación, La Prensa, La Razón enviaban a sus cronistas sociales para mantener al día todos los chismes de la “alta sociedad” porteña que veraneaba en nuestra ciudad. Y así era lógico que siempre tuvieran prensa sitios emblemáticos como la Rambla Bristol, el Hotel Bristol, los bailes sociales en el Club Mar del Plata, el Pueyrredon, el Ocean Club, el Golf y el Yatch Club de Playa Grande.

Un poco más acá en el tiempo la crónica sigue más modestamente con las familias ya afincadas en la ciudad que comienza a crecer. Son todas familias de clase media acomodada. La burguesía, esa mesocracia que tanto caracterizó a la sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX, no podía estar ausente de la historia marplatense. Tampoco su hábitat: los “chalets”. Moradas menos suntuosas pero típicas construcciones marplatenses, de sólidas paredes de piedra Mar del Plata, de una o dos plantas con jardines al frente.

No niego que fueron esos pioneros los que comenzaron, con su elección veraniega, a dar forma a ese saladero regenteado por Coelho de Meyrelles, propiedad luego de D. Patricio Peralta Ramos, quien más tarde se une a D. Pedro Luro , etc., etc., hasta llegar a ser …. “la Perla del Atlántico”

Pero la historia de una ciudad como la nuestra no sólo se construye con la sumatoria de los “dimes y diretes” de aquellos que constituyeron la “elite” veraniega de la primera época de la otrora “villa veraniega” marplatense. Estos personajes pertenecen a la clase media-alta, son frívolos, superficiales, no necesitan trabajar, son mantenidos, les gusta figurar y aparecer en todos los medios. Son consumistas en extremo y sin ambiciones: todo lo tienen, sus expectativas están colmadas, por lo que no aspiran a un nivel superior en la escala social. La historia de nuestra ciudad se construye, y con más fuerza, con los “dimes y diretes” de aquellos que consideraron a Mar del Plata como lugar de trabajo y de radicación definitiva. Esas personas terminaron encontrándose y formando a base de amor y comprensión las bases de la familia marplatense y, a base de trabajo y tesón, la base económica de nuestra ciudad. Y así las generaciones que desde a partir de los Luro, los Peralta Ramos y muchos otros pioneros que han habitado Mar del Plata han sido con sus energías, sus sueños, sus hechos y sus ilusiones la piedra angular del “edificio histórico marplatense”.

De ese edificio voy a tomar algunos ladrillos que han de ayudarme a contar las aventuras de ciertos vecinos marplatenses presentándolos anónimamente para evitar que los lectores caigan en la tentación de lucubrar sobre la real identidad de los mismos. Es que mis historias son de fondo real pero… ¿para qué herir susceptibilidades de aquéllos que han sido parientes o amigos de estos domésticos protagonistas? No quiero ser indiscreta cronista de incidentes vecinales, cómicos algunos, trágicos otros. Mi propósito es jamás escribir llevada por una insensibilidad objetiva sino ser justa y magnánima con las desviaciones del alma hurgando para hallar el por qué de las situaciones y procurando mostrar que el sentimiento humano siempre ha estado presente en los protagonistas de mis relatos

Terminan los años ’40 y comienzan los prometedores ’50. La apertura de la década que marca la mitad del siglo XX no puede ser más auspiciosa para la ciudad de Mar del Plata. “1950 Año del Libertador General San Martín”.
Mar del Plata nació “horizontal”: construcciones bajas, elegantes, suntuosas, sin ninguna pretensión de alcanzar el sol. El deseo de los pioneros marplatenses era disfrutar del sol, no taparlo. Es que al principio se estaba más cerca de Neptuno que de Ícaro. Pero en 1950 comienza la era vertical marplatense y con ella el aluvión turístico de clase media que cambiará para siempre la idiosincrasia marplatense.

Pertenezco a la generación de los “chicos” de los años cuarenta. Chicos que somos felices y no lo sabemos. Algunos de nosotros vamos al colegio por la mañana, otros por la tarde. Siempre almorzamos en casa. Si nos sacamos una mala nota o hacemos alguna travesura, mamá o papá nos retan. Pero no somos conflictivos y en seguida estamos nuevamente en buenas relaciones con nuestros progenitores. En mi caso mi problema existencial de estos años de mi niñez se origina porque desde marzo a diciembre hay muy poco que hacer en Mar del Plata. ¡Es tan aburrido ir al centro en invierno! A mi me fascinan las vidrieras de los negocios de ropa que están sobre la calle San Martín y que – yo no lo se - son sucursales marplatenses de las casas centrales que están en la Capital Federal. Me gustan los escaparates bien presentados y mejor iluminados de tiendas como James Smart ó The Brighton – sobre la vereda impar de la calle San Martín entre Santa Fe y Corrientes; Gath y Chaves – en la esquina de San Martín y Corrientes; Harrods , a metros de la anterior – sobre la vereda par más hacia la calle Entre Ríos. Pero estos negocios están cerrados en invierno. Sus puertas y vidrieras están cubiertas con tablones de madera como si los dueños quisieran abrigarlas del frío, protegerlas de la lluvia ó defenderlas del viento hasta que llegue el próximo verano y todo sea luz y alegría otra vez. Menos mal que a veces voy con papá y mamá a tomar el café con leche para comerme las ricas medialunas de la Jockey; lástima que no siempre se me da esta fiesta. Fiesta que me gusta terminar yendo hasta la esquina de San Martín y Santa Fe, más precisamente hasta Casa Escasany, donde en su frente, en un despliegue técnico asombroso – para mí – se exhiben 6 relojes de pared sobre la ochava de Santa Fe – vereda impar- y San Martín –vereda par. Cada uno de estos relojes marca una hora distinta, que corresponde a la hora oficial de diferentes capitales europeas ó americanas, en comparación con un séptimo reloj, mucho más grande que los otros seis que están tres a cada lado suyo, que marca la hora de nuestro país. Otra cosa que me gusta es ir con mi mamá a comprar libros ó útiles a la Librería Rey, que está más acá de la Jockey – sobre la misma calle San Martín - porque no hay que cruzar Santiago del Estero. Ni que hablar de mis añoranzas estivales por los helados de la heladería Mickey, que está en la Rambla o de los helados de Leone, que según dice mi papá que ahora, como estamos en invierno, está cerrada porque el dueño se va a Río Hondo. Bueno, esto me conforma porque hace frío – me refiero al no comer helados - pero lo que no me gusta nada es que tengo que esperar hasta enero para comerme algún bombón del Al Jazmín del Cabo porque está, como todos los negocios de la Rambla, cerrada aunque no tapiada como los negocios del centro. ¡Qué garrón!
Pero no todo es hastío en mi infantil vida. Así que después del colegio doy vueltas a la manzana en mi bicicleta Raleigh, no tanto para hacer ejercicio sino para dar envidia a muchos pibes del barrio. O voy a la casa “de a lado” porque la nena que vive ahí, María Cecilia, es mi mejor amiga. A veces, hastiadas las dos de jugar en “interiores” decidimos salir a la vereda para, cuando ya cansadas de correr ó de escondernos, sentarnos a reposar nuestras machucadas rodillas sobre el umbral de alguna puerta de entrada. Así, sin darnos cuenta, vemos pasar la vida que se enreda entre las pajas de las escobas de las respetables señoras que limpian prolijamente las veredas de los frentes de sus respectivas casas mientras chiguestean * a destajo. No se mi amiguita pero yo - Pisciana total – presto mi oreja a la “blableta” de las “barredoras” y atesoro en mi memoria todos los chismarajos* de Las Alegres Comadres de Mi Barrio.



Las Alegres Comadres de mi Barrio

¿De mi barrio? ¿En qué barrio vivo yo? No lo sé. Sólo tengo ocho años, una imaginación febril y una memoria muy buena. Pero confieso tener una total ignorancia acerca de los barrios de mi ciudad, sus ubicaciones, sus nomenclaturas. Conozco más acerca de los barrios porteños porque mi papá, admirador de un cantor de tangos llamado Alberto Castillo, suele cantar una de sus canciones que se llama “Mis 100 Barrios Porteños”. A lo mejor cuando yo sea grande se me da por escribir una canción sobre los barrios marplatenses. ¡Sería lindo! Supongo que vivo en el centro de la ciudad. Mi papá suele repetir que estamos muy cerca de todo: de la Asistencia Pública, de la Seccional Primera, de la Municipalidad, de los cines Ocean Rex, ubicado sobre la vereda par de la Av. Independencia entre Rivadavia y San Martín, y Ópera, también sobre la Av. Independencia –vereda impar – pero una cuadra más hacia la Av. Luro. Y así sigue enumerando ventajas acerca de la ubicación de nuestra casa. A lo mejor su orgullo de propietario se debe a que hizo muchos sacrificios para comprar el techo bajo el cual vivimos.
Pero yo quiero contarles de las “Alegres Comadres de mi Barrio”. Son cinco. Tres de éstas son amigas desde la cuna. Nacieron con muy pocos años de diferencia entre ellas. Comenzaron la escuela primaria - que está situada a pocos metros de sus casas - prácticamente al mismo tiempo y desde ese momento se volvieron inseparables. Tan amigas son que hasta se visten fraternalmente. Se compran las mismas telas para confeccionarse sus vestidos y las mismas lanas para tejerse sus tricotas. ¡Hasta se peinan de forma parecida y usan el mismo rojo carmín para sus labios! Una de ellas es la mamá y otra es la tía de mi mejor amiga, María Cecilia. Yo voy a la casa de Maricé casi todos los días. Jugamos, hacemos los deberes, tomamos la leche y en verano vamos a la playa o a patinar al skating del Royal que está cerca de Punta Iglesia, creo que por la calle Santa Fe. La tercer comadre, Teresa, es vecina de ambas y tan vecina que hasta parece ser otra hermana.
Todos los días, bien temprano por la mañana salen a la vereda de sus casas blandiendo sus respectivas escobas. Las tres barren y charlan, charlan y barren. Como les conté, de este trío dos, Hortensia y Emilia, son hermanas carnales y la otra, Teresa, la de la casa de al lado, es la hermana putativa de ambas. Siempre han estado juntas - desde el primer grado - estas tres mosqueteras del cotilleo doméstico. Entre barrida y barrida, las escobas se detienen mientras ellas comienzan sus habladurías cotidianas.
Más tarde alguna de ellas se encuentra con las otras dos señoras que conforman el parlanchín quinteto de vecinas. No es problema que estas últimas vivan a un par de cuadras de distancia de las anteriores. Siempre se encuentran. Todas se quejan que “Las compras cotidianas no pueden evitarse” aunque estoy segura que nunca dejarán de hacerlas, ya que la panadería, el almacén ó la carnicería son los primeros puntos de contacto donde organizan su organigrama diario de intercambio de “informes parroquiales” referentes a vidas y milagros de comunes conocidos. Y así, mientras compran el pan nuestro de cada día ó eligen la falda y la verdurita para el puchero familiar, truecan chismes, renuevan datos, juzgan hechos, alaban o desaprueban conductas. Ellas no saben que serán de alguna manera inmortales gracias a su inagotable chisguetear * y a mi memoria infalible.

A las 3 de la tarde, ya alimentadas a sus familias, lavados los platos y aseadas las cocinas, como obedeciendo una orden transmitida tácitamente, se dirigen presurosas a la casa de las hermanas Hortensia y Emilia, las vecinas más antiguas de la cuadra. Algunas llevan un tejido, otras una prenda para remendar, un bordado para realzar alguna toallita para cuando venga el médico ó alguna labor de tapicería. Nunca las manos están inactivas porque nunca las lenguas están ociosas. Y así estas buenas mujeres comienzan sus labores manuales mientras, sin saberlo, se convierten en cronistas de las historias chicas de la sociedad marplatense. Sus historias tienen el valor de ser reales aunque las invalida la subjetividad de las relatoras. Son auténticas pero carecen de formación académica. Son crónicas que nacen al calor de las hornallas. Y así serán recordadas. Se diría que Hortensia es incapaz de pensar por su cuenta. Es cándida, tanto que cree cualquier cosa que se le diga, por más disparatada que sea. Nunca se casó simplemente porque nadie le propuso matrimonio. Su hermana, Emilia, es mayor. Ella sí se casó pero, aunque ya embarazada, su esposo la abandonó tres meses después de la boda. Cumplido el tiempo del embarazo nació una niña, Maria Cecilia quién tiene así dos madres y dos tías, puesto que los roles entre ambas hermanas se mezclan de acuerdo a las travesuras y/o necesidades de la niña que es mi amiga. No tienen problemas económicos, viven de las rentas de unas propiedades que heredaron de los abuelos, inmigrantes españoles que vinieron a la América y bien que la hicieron, ya que al morir dejaron a Hortensia y a Emilia un importante patrimonio.
La hermana soltera tiene un cierto aire inocente debido a sus ojos glaucos, como bolitas de porcelana, abovinados, asombrados quizá por su sufrido celibato. Emilia, la que se casó “no sé para qué” - muletilla que repite constantemente como olvidándose que el para qué tiene un nombre: María Cecilia - había sido muy bonita en su juventud, pero su belleza quedó marchita en su rostro no sólo por los años sino por la ofensa de la inexplicable huída de quién la había llevado al altar.
La tercera integrante de este quinteto es Teresa, una castaña desteñida por incipientes canas, algo sorda y bastante corta de vista. Siempre prolijamente peinada, discretamente maquillada y cuidadosamente vestida. Teresa, al igual que Hortensia, es soltera de toda soltería aunque no por propia voluntad. Pero en su caso no fue por falta de pretendientes. Fueron esas cosas de la vida, inexplicables pero inapelables. Vive con su hermano viudo y tiene un sobrinito al que cuida como puede debido a su discapacidad auditiva. Nunca falta a la cita diaria en la cocina de la casa de sus amigas, aunque siempre llega algo tarde. Pide disculpas por su retraso diciendo que siente mucho si es que su tardía presencia interrumpe la conversación de sus amigas. Les ruega que no le presten atención y sigan con su charla ya que ella tiene escasos recuerdos de conversadora. Todo esto lo dice en un tono estridente ya que por su sordera no puede medir la intensidad de su voz. Saca su bordado de turno firmemente sostenido por un antiguo bastidor. Sus dedos finos, largos, blancos, comienzan a moverse. Una puntada hacia abajo, otra hacia arriba y la flor discretamente marcada sobre el finísimo lino toma forma y color. Corta los hilos sobrantes con una pequeña tijerita dorada que hace juego con el borde de sus anteojos y con el pequeño áureo dedal que refleja la luz de las bombillas que, a pesar de la temprana hora vespertina están encendidas. Es comprensible, todas ellas comparten el mismo grado de presbicia y alguna que otra catarata. Teresa siempre está sentada muy tiesa, casi estática a pesar del movimiento de sus manos. Sus ojos son azules, muy azules aunque velados por las dioptrías de sus lentes. Siempre usa vestidos muy parecidos a los de sus amigas, no tanto en el diseño sino en el estampado.
Doña Paca, la viuda, es la veterana del grupo. Siempre está dedicada a una interminable labor de punto que, como Penélope, parece destejer por las noches para tener algo que tejer por las tardes. Es fea, decididamente fea. Severa casi sargentona. Es su forma de ser que se delata en su recio manejo de las agujas de tejer y sus enérgicos movimientos al tirar de la lana cada vez que forma un punto. De corpulento talle, siempre viste de negro. Mordaz en sus juicios; subjetiva en sus apreciaciones. Vive sola. Sus dos nueras con sus voluptuosos engaños le han arrebatado el cariño de sus hijos. Ella no va “a mendigarles un poco de cariño a esas putonas”, repite a cada lazada de lana. No concibe que esas mujeres entren alguna vez en la austera rutina de su vida.
Carlota completa el grupo. Es tan mayor como las otras pero no lo parece. Hoy es atrayente, ayer fue hermosa. Es carnosa, redonda, rosada. Su voz es dulce y sus gestos son suaves. Tiene un matrimonio de años, pero no es feliz con su marido. La falta de hijos ha hecho de su matrimonio una costumbre. Una costumbre que la aburre, ha encanecido sus cabellos y encallecido sus sentimientos. Quien fue en su juventud toda suavidad con su marido es ahora áspera y regañona con el pobre hombre. Su única diversión es inmiscuirse en la vida de los demás. Ella es la que trae más chismes. De muy buena posición económica, tiene una mucama cama adentro quien es la que prácticamente le lleva la casa, y una señora que viene dos veces por semana a lavar y planchar la ropa del matrimonio. Sin hijos y sin ocupaciones domésticas, llena sus horas vacías satisfaciendo las dos zonas erróneas de su personalidad: es una compradora compulsiva y una investigadora implacable de infracciones domésticas ajenas. Es la más peligrosa de las cinco amigas pues en Carlota – excepto en su voz y sus gestos - todo lo que fue dulce, tierno o suave en ella, se ha transformado en acritud, malevolencia, descontento. Pobre él o la que sea juzgado por este tribunal supremo, cuyas sentencias son inapelables.



Ludopatía

Mar del Plata, enero 1950.
Sin saber exactamente el significado de la palabra “ludopatía”, Doña Paca trae el tema. Ayer leyó en el diario La Capital una nota escrita por un señor que se llama David Borthiry sobre Anita Formisani, quien es no sólo famosa en los casinos de la Costa Azul sino en cualquier parte del mundo donde haya una bolita girando en pos de la suerte dada por alguna de las treinta y siete casillas numeradas de 0 a 36. Anita también es famosa en la ruleta marplatense. Yo tengo entre mis chiches una ruleta chiquita con un cartón largo que es como una mesa del casino, según dice mi papá. Es que mi papá ha ido al casino cuando era más joven y sabe de eso. Me cuenta que antes los marplatenses tenían prohibida la entrada al casino y él, con algunos amigos, se las ingeniaban para entrar pues tenían cédulas de la Capital Federal. Eso pasaba cuando los dueños del Casino eran unos señores que se llamaban Machiandiarena y Solá. En casa hay unos lapicitos de color verde que tienen en un costado impreso estos nombres. Cuando juego a la ruleta yo los uso y escribo con ellos sobre unos papelitos que tienen cuadritos rojos y negros; en verdad no sé para que son pero es como si estuviera en la “Casa de Piedra” como mi papá llama al Casino. Yo creo que ni la mamá ni la tía de Maricé ni ninguna de las otras señoras han entrado alguna vez al Casino. Aunque todas ellas ignoran que los jugadores empedernidos lo son debido a una necesidad compulsiva de participar en juegos de azar, cualquier tema es bueno para mi quinteto parlanchín. Y así cae en la rueda del chusmerío el empresario que vive en el chalet de la vereda de enfrente. Cada una de ellas quiere poner su granito de arena en la montaña de semejanzas y diferencias que están formando entre el vecino y Stanislava Sikaparija, más conocida en el ámbito lúdico de la Perla del Atlántico como Doña Anita.

Doña Paca desde su trono, sin dejar de formar la eterna tela de su sempiterna urdiembre, sentencia que es ley que a todos los jugadores la suerte que hoy les sonríe, mañana les volverá la espalda. Emilia asiente con la cabeza sin apartar su vista de la pecherita alforzada de la blusita que está terminando para María Cecilia. Hortensia toma la palabra por su hermana e informa a sus cofrades que la chica que trabaja para la señora del empresario de enfrente, le debe a cada santo una vela y que a ella le deben el sueldo del mes pasado.
Una exclamación, mezcla de asombro e indignación acompañada de entrecejos fruncidos y gestos despectivos, proviene de las gargantas y rostros de Paca, Emilia y Carlota. Esta última agrega que la culpa es también de la mujer porque ella siempre acompaña a su esposo al casino y que con los aires de “dama” que ella se da, cada visita al casino – y van todos los días – supone un gasto fijo de peluquería y tintorería, ya que son habitúes a la “sala de Nácar” donde la apuesta mínima es cinco veces más cara que la apuesta en las salas comunes. Además ahí ellos juegan sentados a la mesa de ruleta y bueno… las comodidades hay que pagarlas. Emilia pregunta el por qué del nombre tan pomposo, “sala de Nácar” y Carlota, la sabelotodo del grupo, le dice que es porque se apuesta con fichas hechas de nácar y que la apuesta más barata es de $5. Hortensia abre los ojos más redondos que de costumbre y en un Ave María informa a sus amigas que le dijeron que ella juega más que él. Doña Paca vaticina que en cualquier momento van a tener que vender el chalet y las dos hijas del matrimonio, las que se dan de finas, van a tener que ir a trabajar. Más exclamaciones. Teresa sigue con su labor de aguja formando hermosos dibujos con diferentes puntos. Su sordera está hoy peor que nunca. Y cuando esto sucede se diría que está más ida que sorda. No interviene en la conversación porque no entiende ni palabra de lo que se comenta. Hortensia parece estúpidamente orgullosa y asombrada al ver el farfullo que su información produjo. Pero doña Paca no quiere perder protagonismo y vuelve sobre Anita Formisani. Esta impaciente por meter baza. Mientras no accede a su turno en el intercambio de opiniones se entretiene en tironear la hebra de lana de su vapuleado tejido. ¡Por fin! Sus ojitos taimados, con bolsas por debajo y cejas dibujadas por arriba, se achican aún más como avizorando con una mal disimulada presuposición el triste futuro de esa mujer dueña de una enorme y generosa hucha. Ella cree que nunca se le agotará pero ya va a ver, sentencia la robusta pitonisa. Basa su funesto augurio en que leyó en el diario que las apuestas de Anita se acercan a los ¡diez mil pesos por bola! Carlota, que está en unos de sus días migrañosos, levanta su nariz, que tenía semi sepultada en su taza de té de tilo y se une a los malos augurios de la vieja tejedora. Así dictamina que a esa mujer alguna vez se le va a acabar su fortuna por ofender a Dios de esa manera.

Quién hubiera dicho que estas pitonisas de entrecasa, sacerdotisas del dios Chisme que daban sus oráculos en el templo de la cocina de las hermanas Hortensia y Emilia iban a ser tan precisas. Ellas no se detenían a pensar que el Hombre nace con un destino y que éste es inalterable. Que la suerte está ligada a las eventualidades del mundo mientras que el destino tiene que ver con los designios de la Providencia… Por eso el final de estas historias no pudo ser distinto.
En una taciturna y fría mañana de 1986, en una pequeña habitación de una pensión geriátrica de la calle Castelli de la ciudad de Mar del Plata, deja de existir una octogenaria que pudo haber sido quizá el último símbolo de La Belle Époque marplatense. Al día siguiente será enterrada ante la indiferencia de vecinos locales y algunos turistas que nunca faltan en la ciudad. Tanto unos como otros jamás tuvieron conocimiento de la existencia de esta mujer que dilapidó no una sino varias fortunas y no dejó ni un peso de herencia. Pero vivió una vida imposible de repetir.
Coincidentemente en ese mismo año se vende el chalet de enfrente. Ya nadie vive en él. La dueña de casa se había enfermado muy seriamente. Estuvo mucho tiempo postrada; el suficiente para ver irse el mobiliario de su casa y las pocas joyas que se salvaron de desaparecer sobre el verde tapete ruleteril. Según el diagnóstico de las cinco charletas cronistas, que de historiadoras pasaron a ser médicas, la pobre mujer murió de pena. Es de señalar que el esposo no se separó de ella. Cumplieron con el mandamiento del sacramento que los unió para siempre. Sólo la muerte los separó. El censurable placer que les proporcionaba el juego y la degradación económica resultado del deleite compartido ante una rueda que gira sobre un tapete verde, los unió más que nunca. Una hija se casó, la otra no. Quizá estén viviendo en algún barrio de Mar del Plata.



La institutriz

Los Quince Años de un Sueño en Viena

Una fría tarde de un día cualquiera de una semana del mes de junio de 1950…
Carlota pregunta a sus amigas si se acuerdan de la niñera de una familia de dos apellidos que no recuerdo porque son fonéticamente complicados de retener para una niña de ocho añitos. Estos nombres difíciles de recordar no producen reacciones extemporáneas en las cuatro señoras. Cada una sigue con su ganchillo, tijerita o agujetas. La pregunta de Carlota no es más que una interrogación retórica, ya que las amigas contestan con otras preguntas como: ¿acordarnos de quién?, ¿por qué?, ¿cómo?
Carlota, impaciente ante la no reacción de sus amigas, hará estallar la bomba chismosa, más potente por lo inesperado que por su carga explosiva en sí. La niñera, esa desvergonzada que había roto el matrimonio de tan conceptuado profesional, que lo separó de su esposa e hijos y que por más 15 años se paseó descaradamente con él, como si hubiese sido su legítima esposa. Pues bien, ayer Carlota había ido a La Fama a comprar unos hilos para bordar y de paso ver la nueva mantelería que había llegado. La Fama es una de las mercerías más paquetas de Mar del Plata y Carlota es una de sus más asiduas clientas. La Fama está en la calle San Martín, vereda impar, antes de llegar a la calle Santiago del Estero. Mi mamá a veces va a comprar ahí, aunque dice que venden muy caro. Cuando Carlota volvía por la calle San Martín, al pasar frente a la Catedral, la había visto en la Plaza San Martín, sentada cerca del Calendario…. ¡No lo podía creer!... ¿A quién había visto? preguntan tres voces al unísono ya que Teresa, autista ótica, ni se da por enterada. “Estoy hablando de la niñera de los WXZWYXZWYXZY”, se impacienta Carlota. ¡Otra vez los nombres difíciles! Y agrega más datos. Dice que la reconoció casi de inmediato a pesar de su deteriorado aspecto. Estaba sentada en un banco de la plaza tapándose con tres pedazos de frazadas sucias sobre su espalda y falda y un pañuelo más sucio aún cubriéndole la cabeza para protegerse del frío.
Hortensia deja el papel de molde sobre el cual está calculando la sisa de una blusa para su hermana y en un gesto repetitivo, muy de ella, abre sus ojos más esféricos que de costumbre. Emilia deja en suspenso el conteo de los puntos del ocho que está formando en su tejido. Doña Paca casi se atraganta con la pastilla de orozuz que está chupando mientras Teresa sigue bordando ausente de la novedad un poco por su sordera y otro poco por la muy baja voz de la cronista de turno. Y de ahí en más comienzan a desgranarse los datos biográficos de la pobre infeliz: la austriaca fue tomada como institutriz de los chicos de la familia cuando la hija mayor tomó la Primera Comunión. Por esa extranjera él abandonó a su esposa y sus hijos. ¡El dejó todo para estar con ella!
“Ella también dejó todo” corrige Teresa quien, sin levantar la vista del bordado, se entera de lo sucedido porque sus amigas han conseguido lo que ningún afamado otólogo pudo hasta este momento: que ella oyera de corrido una noticia casi completa. Todo gracias al Belén armado por sus correligionarias. Emilia no puede ocultar un tonillo mezcla de satisfacción y envidia cuando recuerda que después de muchos años el marido infiel – y arrepentido - volvió con su legítima esposa y a la “otra” no le dejó ni plata, ni casa, ni nada. Emilia está satisfecha porque ese hombre dejó a la “otra” en la calle, y envidiosa porque ella todavía está esperando el regreso del papá de Maricé.
Carlota con su blanda voz de jueza inapelable da su veredicto sentenciando que ese tiene que ser el destino de todas estas mujeres: vagabundear sin casa, sin ropa ni amigos. Se regodea al agregar que vio que la pobre pordiosera tenía a su lado un destartalado cochecito para bebé lleno hasta el tope de ropa sucia, cartones, trapos y algunos platos y tazas de loza rajados o enlozados y cachados por el uso y el abuso. ¿Cómo pudo ver tantos detalles? A mi me sorprende como pudo ver tantas cosas. Yo no puedo. A lo mejor los grandes ven más cosas que los chicos. A ninguna de las cinco se les ocurre preguntar – menos pensar - dónde pasa sus noches esa pobre mujer. Ellas toman mate calentito, adornado con bizcochitos de grasa o palitos de anís y no se les ocurre pensar que en Mar del Plata hace mucho frío, mucho frío y a veces llueve. Maricé y yo estamos tomando Toddy y comiendo los mismos bizcochitos de grasa y los palitos de anís que comen su mamá, su tía y las amigas de ellas pero a mí me parece que esta noche no voy a poder dormir. Es que pienso que hace frío y que debe ser malo dormir en la plaza.
El mate sigue pasando de mano en mano mientras sigue el cotorreo que se ensaña con la pordiosera cuyo único pecado ha sido ser bonita y amar. Pero yo soy muy nena para darme cuenta de esto.

Muchos años después una anciana - muy anciana no por los años acumulados biológicamente sino por las penurias amontonadas durante tanto tiempo – cuenta cosas de su juventud a una las señoras que de tanto en tanto va al Asilo de Ancianos a visitar a los abuelos huérfanos de cariño.. Son chispazos de memoria que se encienden y apagan como luces de navidad. Aunque no recuerda el nombre de su madre dice haber nacido en Viena. Dice que no está sola, el hombre que ella amó está a su lado. La señora que la escucha finge verlo. Es que no hay ningún hombre a su lado. La viejita en un destello de lucidez se da cuenta que no hay nadie y dice que él no está pues fue hasta la casa que tienen en la plaza para buscar alguna frazada. Se acomoda una vieja pañoleta sobre la falda, mientras murmura que es un tiempo raro. Murmura que todavía falta para el calor, que la primavera está hecha a propósito para no tener que envolverse en ropa. Ella se arregla como puede pero tiene que tener preparada mucha vestimenta distinta…. Luego muestra con orgullo una caja que guarda bajo la silla donde está sentada. En la caja tiene dos platos y otras tantas tazas de loza rajadas. Es su ajuar. Los recuerdos brotan a ratos. La mirada se vuelve distante, desvaída ……….. Es muy difícil tener una casa. Después que él se fue… … ¿o fue antes? ella tuvo una casa de campo. Los recuerdos vuelven a mezclarse en su mente. Pide cigarrillos aunque sabe que nadie se los dará. En medio de su drama lo único que le queda de su juventud y de sus días de esplendor son sus recuerdos tan enredados aunque milagrosamente sobrevivientes en medio de ese caos espiritual que es su vida de anciana vencida. Cuando sonríe lo hace dulcemente. Pero su mirada… es tan distraída, tan ausente.
Recita unos versos en alemán. Mira hacia el suelo tapizado de rojiblancas baldosas y dirigiéndose a ellas les dice que ella sabía alemán, inglés… pero se olvidó. Parece retornar al presente cuando le cuenta a quien la acompaña que estuvo en Italia con su hombre cuyo nombre no recuerda. Ayer en su juventud en su Viena natal, fue Sissí, la soberana adolescente que soñaba y danzaba al compás de los valses de Strauss. Hoy en su ancianidad, acá en la ciudad de Mar del Plata, es Violeta, la Traviatta que lleva sus camelias escondidas sobre su regazo bajo una vieja pañoleta. Lo que no esconde es su mucho amor hacia ese hombre con el que no se acuerda si se casó. Suspira y con una voz cada vez más débil, más inaudible, casi en un susurro, confiesa haberlo amado mucho pero él se fue y no lo vio más… nunca más. Parece buscarlo con la mirada perdida en el espacio vacío. El esfuerzo visual le hace cerrar sus arrugados párpados sobre sus fatigados ojos. De sus pálidos finos labios cerrados en una dulce sonrisa no sale sonido alguno. Y así, lentamente se duerme en un sueño que algún día será eterno como eterno ha sido su amor hacía ese hombre que, quizá arrepentido de haberse ido de su lado, debe estar esperándola en algún lugar del espacio celeste.


La Viuda, el Viudo y la Ánima

Mar del Plata, marzo 1950. Cementerio de la Loma. Día Martes 10 horas.

Frente a la bóveda familiar, el viudo llora desconsoladamente. Familiares, amigos y vecinos le acompañan en el sentimiento. ¡El viudo y la difunta habían sido tan unidos! “Pobrecita… irse tan temprano de esta vida”, lloriquean las 5 vecinas amigas ya de regreso de la necrópolis marplatense .Ella había sido la modista que vivía en el barrio. Eso no disminuye su cotización social, ya que todas sus clientas, Carlota es una de ellas, pertenecen a la clase media “acomodada” marplatense. “Pobre… quedarse viudo casi cincuentón”, murmuran las mismas dolientes buenas señoras, algunas de ellas con un poquitín de maledicencia. Él es jefe de mantenimiento en la sede marplatense de un ente estatal.
Como el sepelio tuvo lugar a la mañana, tanto la mamá como la tía de Maricé pudieron asistir al mismo. Así que esa tarde el único motivo de intercambio de opiniones se centró en tan infausta ceremonia y, por supuesto, en los protagonistas de la misma. Doña Paca abre el debate. Dice entre chupada y chupada a la bombilla del mate que comparte con sus cuatro amigas, que la pareja no había tenido mucha vida social. La difunta salía muy poco de su casa. Siempre estaba trabajando. Carlota dice comprender porque la finada no tenía ni tiempo ni ganas de ser anfitriona en su hermosa casa de dos pisos. Las hermanas Hortensia y Emilia agregan casi a dúo que la pobrecita había transformado la planta baja en taller de costura y salón de pruebas. Carlota dice que una vez subió hasta el dormitorio; fue a probarse un vestido pero ella no la pudo atender porque estaba en cama, muy descompuesta. Para Carlota eso fue un aborto. Hortensia y Emilia se inquietan ante esa palabra, tratan de cambiar la conversación con gestos y siseos mientras nos señalan a Maricé y a mi que estamos tranquilamente dibujando las carátulas en los cuadernos que acabamos de comenzar ya que son nuestros primeros días de clase. Nosotras somos amigas pero no vamos al mismo colegio. Maricé va a un colegio de monjas. Yo voy a la Escuela Nº 6. Mi escuela está cerca de casa. Antes me gustaba más ir a la escuela porque era más linda que ahora. Era más chiquita y yo estoy muy encariñada con ella. Estaba en la esquina de la calle Brown con la calle Rioja. Pero ahora es más grande y no me gusta, se que no me va a gustar. Además está más lejos, en la calle Mitre y Gascón. Yo voy al colegio por la mañana y voy a tener que cruzar la Plaza Mitre que es linda cuando hay sol, pero no temprano por la mañana. Me pregunto que tiene de malo la palabra aborto que dijo la regordeta Carlota. Creo que después, si me acuerdo, le voy a preguntar a mi mamá.
Lo que sí alborotó a todas es que ellas nunca se habían enterado de ese hecho.
Carlota sigue adelante contando lo que vio y criticando en retrospectiva. Comenta que el dormitorio era precioso, todo muy coqueto. Estaba todo vestido con las cortinas y las colchas que la finada había comprado en Asplanato y Galloni. Pero ¿para qué?.... si su marido siempre pasaba largas horas fuera del hogar. Teresa, en unos de los raros momentos en que su sordera parece amenguar, escucha las últimas palabras de Carlota. Levanta la vista de su labor, mira lánguidamente a sus amigas y así detiene el parloteo de ellas. Su aguda voz se eleva tímidamente en defensa del viudo diciendo que seguro que siempre volvía cansado de su trabajo. Agrega a su alegato lo responsable que él es en sus tareas. Doña Paca, la que parece saber todo, confirma de alguna manera la observación de la sorda diciendo que ya en su casa, y después de entrar su coche en el garaje, se calzaba las pantuflas y no salía hasta la mañana siguiente. Emilia, gran conocedora del desapego marital, sentencia que nunca hubo amor entre la pareja, la que nunca fue un ejemplo de amor y compañerismo. Calcula cuantas veces él le debe haber puesto los cuernos a ella. Otra vez siseos y gestos nerviosos señalándonos a nosotras. Basa sus cómputos en sus propias desdichas conyugales las cuales son bien conocidas por sus amigas. Hortensia - ya virgen inconsolable - piensa en silencio sobre la apostura de este hombre que ella ve pasar por la puerta de su casa casi todos los días, tan alto, tan bien vestido, siempre bien peinado, bien afeitado, con su bigote tan sentador! Hasta se imagina el aroma de su perfume, un perfume fuerte, varonil pero delicado a la vez. Mientras repasa la costura floja de la sisa de una blusa de María Cecilia, se dice a si misma que buen partido sería este flamante viudo.

Un año después en Tandil. Semana Santa. Viernes Santo, 22 horas.

Una sombra furtiva sale del auto bermellón estacionado en el patio trasero del hotel. Una vez fuera del coche, levanta la vista hacia una ventana del ala derecha del segundo piso. Sus cortinas no están corridas y una luz cálida, que se filtra a través de los vidrios, permiten ver los movimientos de las siluetas de las dos personas que ocupan la habitación. La sombra se desliza sigilosamente hacia arriba para acomodarse en el alfeizar de la ventana en cuestión para desde ahí poder atisbar tranquilamente. Pero su tranquilidad se desvanece en un espasmo mezcla de odio e impotencia al ver la escena que se está desarrollando en la habitación. La hijaputez de la escena la encoleriza. Amenaza con volver a la vida y castrar al desgraciado… ¡Engañarla con la Viuda Alegre de la otra cuadra! Y no sólo eso, él está usando el pijama que ella en vida le cosió para su cumpleaños y la otra tiene puesto el que siempre fue su camisón más lindo. Al finalizar su soliloquio de espantajo herido y sin dudar un instante, la sombra se escabulle ubicándose entre las costuras de la pretina del pantalón del pijama del viudo. Una vez allí la ánima cruza el dedo índice de su mano derecha sobre el dedo índice de su mano izquierda en forma de gancho. Y espera…

Mismo lugar. Sábado Santo, 00.30 horas.

El doliente viudo está anonadado. Y más doliente que nunca. Hace más de dos horas que se esfuerza en demostrar sus habilidades de macho marplatense. Todos sus braguetazos han sido bragazas. Su impotencia aumenta en forma proporcional al silencio piadoso de la Viuda Alegre de la otra cuadra. Al final vencido por la situación se sienta al borde de la cama, campo de batalla y escenario de su derrota, y mientras mira su arma masculina reducida a una arrugada nada se pregunta en un susurro que es casi un sollozo ¿por qué eso jamás le había pasado con la difunta? ….

Mismo lugar. Sábado Santo, 01,00 horas.

Desde la ventana que da hacia el patio trasero del hotel, mientras mira sin ver al auto rojo cuidadosamente estacionado, en un frustrante monólogo la Viuda Alegre de la otra cuadra se dice que cuanto mejor hubiera sido quedarse en casa antes que viajar con este pollerudo que no sólo trajo consigo el retrato de la finadita y lo puso sobre esa mesita con espejo que sirve de tocador de ese hotelucho de cuarta…sino que lo único que decía a cada rato: “con ella esto nunca me pasó… con ella esto nunca me pasó…”

Mismo lugar. Sábado Santo, 01,05 horas.

La sombra se escurre de la pretina del pantalón del pijama del hombre. Sus dedos no están más cruzados. Ya no siente furia ni inquina por la frustrada pareja que está en la habitación. Es un ánima exultante de alegría. Y mientras vuelve a su mirador en el alfeizar de la ventana, piensa… “¡cuán boludos son los seres vivos…!



La de la esquina

Mar del Plata, febrero 1950.

Esta señora es una vecina que si bien mantiene cordiales relaciones con las cinco integrantes de este rocambolesco conjunto, no se relaciona más que por una palabra o un gesto de fría cortesía cuando se encuentra o se cruza con alguna de ellas en la vereda. Ella también pertenece a esa noble raza de chismosa barrial, aunque es mucho más joven que las cinco ya algo viejas cócoras charlatanas. Vive en la casa de la esquina, la que tiene ventanas sobre dos calles. Esta privilegiada posición le permite chusmear sobre ambas aceras con sólo mirar a través de los visillos. Por eso no le importa mucho permanecer en casa. Además como tiene hijos chicos, sale todos los días a la puerta de su casa para vigilar a los pequeños mientras éstos juegan en la vereda. Maricé y yo a veces jugamos con los chicos, pero son muy nenes para nosotras. Ella sabe vida y milagros de todos los que pasan por frente a su puerta, la que constituye, tomando en cuenta las ventanas ya mencionadas, un valioso tercer frente de observación.
Pero esta mujer es egoísta ya que nunca comparte sus informaciones con las convecinas. Ni siquiera hace las compras en los negocios del barrio. Su esposo, que es ingeniero, y mi papá son amigos. Mi papá va todos los sábados a Batán a comprar carne y verdura a una quinta de las afueras de la ciudad, las que luego reparte con su amigo. Por esto la señora de la esquina no compra nada en el barrio. Su despensa es La Estrella Española, una de las más grandes despensas de Mar del Plata, que está en Rivadavia y Córdoba. A mi mamá también le gusta comprar alguna vez en la Estrella Española pero no muy seguido. ¡Siempre hay tanta gente! Cada dependiente tiene como su clientela fija y entonces hay que esperar que atiendan a un cliente para después dedicarse a otro. Lo que me gusta es ver cómo hacen los paquetes cuando envuelven el azúcar, los porotos o garbanzos que mamá compra entre otras cosas. Volviendo a la señora de la esquina, su esposo pertenece a una de las familias de más raigambre en la sociedad marplatense. Sus abuelos y sus padres fueron gente laboriosa, de trabajo. Hoy gozan de una buena posición económica y social. Que mi papá y el ingeniero sean amigos es como un freno a las críticas que las cinco amigas le puedan hacer a la vecina en cuestión delante de mi presencia.
Pero de repente todo estalla en la cocina donde Maria Cecilia y yo estamos jugando al Ludo. Prestamos poca atención a la verborrea de su mamá y de su tía. Sin embargo a mi me llama la atención que Emilia esté llamando por teléfono a las demás contertulias para pedirles que vengan antes de la hora acostumbrada porque tiene una bomba para contarles Ambas hermanas escucharon en la radio una noticia sobre un joven marplatense que ha desaparecido misteriosamente. Luego, cuando se da el nombre del joven, Emilia se da cuenta que se trata del único hijo de la hermana mayor del marido de la antipática vecina. Antes que lleguen las otras tres, Hortensia va a comprar La Capital para ver si salió algo sobre este asunto. La Capital es el diario más importante de la ciudad. La encargada de leer en voz alta toda la información brindada por el diario es Doña Paca. Es la que tiene la voz más fuerte, lo cual es importante pues es necesario que nadie quede fuera de la noticia, en especial Teresa. Dicen las noticias del diario que se encontró el coche del joven abandonado junto a las vías del tren, cerca de la salida de Mar del Plata. No había señal de daño físico pero las llaves del encendido y del baúl estaban tiradas sobre el piso, cerca del tablero. Es un dato preocupante. Por eso, sin perder un instante comienzan las cinco a deliberar el por qué, el cuándo y el cómo de todo este misterio.
Abre el debate la jefa de este matriarcado preguntando que le habrá pasado a este muchacho que tiene de todo. Ninguna de las cinco tiene respuesta válida; una dice que es sólo un rico holgazán; otra parece disculpar su ociosidad porque es el hijo único de una familia de mucho dinero que, además, porta un apellido respetable. Carlota – cuándo no - es la que alborota el avispero. Informa que hace mucho que se rumorea en la peluquería donde ella se atiende, a la que también acude la mamá de este muchacho, que él está enamorado de la hija de la cocinera de la estancia de los abuelos paternos del joven. También se comentó lo mismo en el negocio de lencería donde ella suele comprar su ropa interior. Y es Doña Paca, inefable presidenta de este consorcio chismeril, la que ubica los hechos en forma lógica y hasta por orden cronológico: sin duda el borrego se fue sin avisar a nadie… pero su madre debe haber estado alertada de que algo va a ocurrir… no olvidarse de la intuición materna. Hortensia, inocente como siempre, se conduele de esa madre que debe haber estado preocupada, a lo mejor pasando noches enteras espiando a través de las celosías. Emilia dice que ella sabe lo que es esperar la vuelta de alguien, escuchando atentamente cada ruido, estar sola en una cama grande y lo único que llega es la claridad del amanecer. Carlota está segura que se fue para juntarse con la hija de la cocinera. Las cinco coinciden en que este escándalo le va a bajar los humos a la de la esquina.
Han pasado tres días desde la noticia bomba. Hoy ha sido informado por el diario primero y la radio después, de la aparición del desaparecido. El muchacho ha regresado. Se había ido dramáticamente, pero no muy lejos. Viajó a una provincia del norte y, cuando se quedó sin dinero, pegó la vuelta. Patética aventura de entre casa la de este galán de medio pelo. Patética pero positiva pues se casa por civil y por la iglesia con la mujer que él ha elegido. Su madre acepta ser la madrina. Esa es la última actividad social de la matrona. Es que todo esto es una mancha en el prontuario social de la familia, que como no se puede ocultar, que es imposible de borrar.
Mientras Maricé y yo seguimos jugando al Ludo, no puedo evitar oír las conjeturas hechas por estas profetisas domésticas. Las cinco dicen que en esta boda la felicidad será esquiva para todos.

Han pasado muchos años. En el barrio ya no están las comadres ni la vecina de la esquina. Hoy nadie se acuerda de esa aventura de amor protagonizada por un joven marplatense impaciente por consumar su deseo en contra de los planes de su madre, la que nunca lo entendió. El círculo de amigos compadeció a esa pobre mujer que aceptó el casamiento de su hijo con esa “muchacha”, quizá como una penitencia que absolviese su pecado de madre castradora. Penitente arrepentida, antes centro de las veladas más encumbradas de la sociedad marplatense, después sólo recipiente de miradas de conmiseración en esas mismas reuniones. La madre de este joven fue en su juventud y en su madurez una bella mujer. Morena, segura de si misma no sólo por su belleza sino por su poder económico, aceptó todas sus derrotas sin perder su porte de reina. Lo que perdió fue su salud y las pocas ganas de vivir que le quedaron después del casamiento de su hijo. Se consumió lentamente y se fue silenciosamente de este mundo sentada en su silla de ruedas. Es como que ya su vida no tuvo más rumbo propio y sólo iba donde la llevaban los demás o, quizá, las circunstancias marcadas por su destino. Nunca más se comentó ese suceso que hizo hablar a tantos marplatenses.


Una historia de amor sin libreta ni sacramentos

Mar del Plata, mayo1950.

Hortensia y Emilia se miran asombradas. Desde el fondo del pasillo que conduce hacía la calle, se oyen unos pasos presurosos, casi como si alguien se acercara en veloz carrera hasta la cocina donde ellas están preparando el escenario de sus reuniones diarias. Inesperadamente hace su entrada Teresa. Sus mejillas están enrojecidas y respira con agitación. Su cabello no está tan prolijamente arreglado como de costumbre. Uno de sus pómulos, el izquierdo, está ligeramente hinchado. Ella, que nunca falta a la cita diaria en la cocina de la casa de sus amigas, ayer estuvo ausente. Ella, que siempre llega algo tarde a las reuniones, hoy pide disculpas por su adelanto diciendo que siente mucho si es que llegó antes que Doña Paca y Carlota, pero que no contará nada hasta que no estén todas juntas. Sin más explicaciones, se sienta en su rincón, saca su bordado y empieza trabajosamente a enhebrar una fina aguja, herramienta de su trabajo y cetro de su reino privado de casi todo sonido.
Por fin llegan las otras dos integrantes del grupo. Como de costumbre, Teresa sorda como una tapia en estos momentos, no se da cuenta de que el quinteto está completo. Así que son las hermanas quienes se encargan de brindarles a las recién llegadas la poca información que tienen con respecto a este desbarajuste en la rutina de sus vidas. Una vez que la pava, el equipo matero y las masitas de maicena están sobre la mesa, las cuatro se ubicaron en sus respectivos lugares – hasta en eso son rutinarias estas mujeres – decididas a terminar con el tremendo suplicio de no saber el porqué del cambio en la conducta de Teresa. Es Doña Paca, con su vigorosa voz la que trae a la realidad a aquella pobre sorda que hoy, absorta como está en su tarea, parece hasta dulce y conmovedoramente bonita. Y así cuenta que el día anterior no había podido dormir a causa de un terrible dolor de muelas. Como su dentista hacía quince días había sido mamá, no atendía. Por eso su hermano la llevó de su dentista. Era urgente, así que no tuvo más remedio que ir. Hasta ahí esa aventura no tiene nada de extraordinario, dicen sus amigas. Esto lo escucha muy bien Teresa, pues en estos momentos parece que el velo entre sus oídos y los sonidos es más sutil que de costumbre. Así que sin perder un instante se apresura a agregar más información. Cuenta que el dentista de su hermano es el que dio tanto que hablar cuando dejó a su mujer y a sus dos hijos – uno de los cuales es artista de cine - para irse a vivir con su amante de tantos años. Dice que cuando estuvo en la sala de espera pudo ver por un instante a la mujer que vive con él, ésa de la que todo el mundo habla y casi nadie conoce. Y ahí la tertulia, como cediendo a una reacción súbita y colectiva, se queda boquiabierta, impresionada por la mención de esa mujer. Pero pronto del estupor pasan a la acción y comienzan a atosigar a la pobre Teresa pidiéndole más detalles de su aventura. Pero la sorda se siente confusa ante su imposibilidad de decodificar los mensajes emitidos por esas voces que se mezclan y confunden en sonidos ininteligibles para ella. Por eso se abroquela en su discapacidad, dice no entenderlas mostrándoles a sus amigas su oído y su frente en un triste gesto de impotencia. Al no poder tener más información, las cuatro matronas deciden armar ellas mismas el mapa itinerante de los amores del dentista y la mujer que lo acompaña sentimentalmente desde hace algunos años.
Imposible determinar quién dice que, el parloteo es incesante pues cada una de ellas, excepto la bordadora aislada de todo sonido, está empeñada en añadir un troquel más al rompecabezas de la vida sentimental de la pareja.
Así, sin solución de continuidad, se desarrollan los hechos en un casi orden cronológico.
Ella es como 10 años mayor que él. Había sido empleada en una repartición estatal Se conocieron porque vivían en la misma pensión. Seguramente los acercó el tema de la salud bucal. Pero quizá fue una necesidad emocional de parte de él. ¡Pero si él tenía novia! Una chica de buena familia, de la Capital. La que lo buscó fue la otra. El fue siempre tan buen mozo y tan educado. Morocho, alto, delgado y tan cortés. Seguro que ella se sintió atraída por su juventud, su apostura, su educación y su fogosidad. Fogosidad que ella alimentó en encuentros sensuales e impetuosos que él aceptó de inmediato. Es claro, así lo pescó. Están las cinco tan entusiasmadas en confeccionar el identikit de este romance que no nos prestan atención ni a Maricé ni a mi. Nosotras estamos tratando de aprender a usar la aguja de crochet. Pero me parece que yo no voy a aprender mucho porque estoy prestando atención a lo que dicen estas charlatanas. Es casi como las novelas que mi mamá escucha por la radio. En Mar del Plata hay dos radios. A mi me gusta mucho escuchar al Tío Enrique los domingos a la mañana cuando está el “Club de Niños Norma y Susana”. Está en Radio Atlántica. Yo quiero ir a decir un versito por la radio pero mi mamá no me lleva. ¡Y eso que la radio está cerca de casa! La otra radio es más nueva. Se llama Mar del Plata. Mamá dice que lo mejor son las novelas. Mi papá prefiere escuchar las radios de Buenos Aires, aunque a veces hacen mucho ruido. También oímos radios de Montevideo porque ahí pasan siempre tangos, que a mi papá le gustan mucho.
Me entero que “el casamiento de este hombre fue un desperdicio” y que además “le arruinó la vida a su novia y a sus hijos”. Es Doña Paca la que condena la conducta del cuestionado odontólogo. Todas lamentan el quiebre de ese matrimonio. Es que los dos pertenecían a muy “buenas” familias. Tenían asegurada una vida tranquila, sin sobresaltos. Ninguna de ellas sabe porqué él se casó, si estaba tan metido con la otra. ¡Y hasta tuvo dos hijos! Es que los hombres son todos iguales… dicen todas en un tácito acuerdo hacia la situación de Emilia. Sin embargo hay algo a favor de la pareja adúltera. Justo es decir que él y su amante trataron de terminar su “asunto” cuando él juró delante del altar “… estar en las buenas y en las malas, en la salud y la enfermedad, etc., etc.…” con la que usaba velo y vestido blanco. Pero la verdad es que desde que se esos dos se conocieron, jamás pudieron apartarse. La otra renunció a su trabajo, viajó a Mar del Plata y se instaló en un departamento cercano al lujoso consultorio de él. ¡Qué vergüenza!
Al final su mujer lo dejó. Los hijos se fueron con la madre. Lo abandonaron y nunca más lo buscaron. Es lo que se merecía. Quizá ya sin más información que agregar y con las gargantas secas de tanto parloteo, recalientan el agua que queda en la pava, ponen en el mate una nueva carga de yerba y comienzan a manducar los bizcochitos de maicena que quedaron indemnes en el plato porque de tanto mover las lenguas se olvidaron de darle movimiento al aparato masticador.

Sin embargo esta historia ha quedado incompleta. Quizá por desconocimiento de los sentimientos de sus protagonistas ó quizá por una secreta negación de las narradoras en justificar la conducta de los mismos.
La verdad es que desde el momento en que la esposa lo abandonó cansada de su situación conyugal, la relación entre los amantes no fue tan placentera. Se había convertido en un fácil blanco para la chismografía de la burguesía marplatense. La “otra” sintió a su alrededor un desprecio total. Donde iba le hacían el vacío. Decidió aislarse, pensó hasta en dejar la ciudad si no cesaban las murmuraciones y las miradas insidiosas a su paso. Pero no pudo alejarse de él, del amor total de su vida. Oculta de la vista de todos, tuvo una actitud de reserva que escondía sus emociones y pensamientos. Después cayó víctima de violentos cambios de carácter que más tarde le fueron diagnosticados como depresión maníaca. Luego se complicó su estado al somatizar su realidad de ser efectivamente “la despreciable otra”. En menos de un año a la depresión nerviosa se le sumó un serio problema pulmonar. Un largo año de convalecencia le robó mucho de su fogosidad y vitalidad pero también hizo que él, sintiéndose culpable por la inestabilidad emocional de su querida, reflexionara y tomara una decisión. Era la primera vez que él iba a comportarse como un hombre y no dudó ni un instante. Eligió seguir su camino de vida junto a esa mujer, que dejó todo por seguirlo, frente a toda la sociedad que de cualquier manera nunca lo absolvería. Una vez que decidió tomar el camino definitivo, que sin duda estaba señalado en su destino, hasta pareció estar agradecido por haberse visto obligado a blanquear su situación. De ahí en más ella ya no se escondió ni se encerró en su caparazón protector. Y siempre se los vio juntos, sin ocultarse ni preocuparse del que dirán.

Una tarde del mes de mayo de uno de los años de la última década del siglo XX, justo una semana antes de alcanzar su cumpleaños número ochenta y nueve, él se durmió en su mecedora, ubicada en el dormitorio de la hermosa casa que poseía en uno de los barrios más tranquilos de la ciudad. El odontólogo, que había estado sufriendo de la enfermedad de Alzheimer por algunos años, nunca se despertó de su último sueño. Se murió gentil y tranquilamente. Tan gentil y tan tranquilo como había sido en vida con ella. Fueron más de cincuenta años de amor sin libreta ni sacramentos. Cincuenta años de vida en común que se quebró cuando ella falleció de un ataque al corazón a los 88 años. De ahí en más fue un bajar la cuesta de la vida para él. Se sintió tan profundamente desesperanzado que no tuvo fuerzas para conservar vivos sus recuerdos y paulatinamente desmejoró su condición al punto de no poder a menudo reconocer a sus amigos.


Alguna vez sonrió

Mar del Plata, abril 1950.

El otoño trata de desalojar los últimos días lindos de sol y temperatura templada. Afuera llueve silenciosa pero firmemente. A falta de nuevo material para cotillear, los recuerdos comienzan a mandar en el chismorreo diario de las cinco vecinas. Es una tarde ideal para tomar mate con tortas fritas, tejer y charlar. Hoy le toca ser despellejada a la vecinita más sufrida de la cuadra. Es hija de padre desconocido. Su madre se había casado con un hombre mucho mayor que ella, que la reconoció dándote un apellido pero no una ubicación social. La madre era muy joven, sólo quince años mayor que la hija. Su padrastro ya frisaba los sesenta. Los tres formaban una familia muy especial.
Doña Paca, la imperecedera convecina, parece saberlo todo. Despierta risitas socarronas la acotación inesperada de la vieja matrona cuando dice entre chupada y chupada de bombilla, que la chica viajó como un canguro, dentro de la panza de su mamá cuando ésta llegó a Mar del Plata desde un pueblito pequeño muy cercano a nuestra ciudad. Ya se sabe, “pueblo chico, infierno grande”. Emilia quiere saber si es verdad que la madre se casó con “el viejo” o si simplemente se juntaron. Sí, se casaron pero no acá, en Mar del Plata, sino lo hicieron en otro municipio donde nadie los conocía. Como de costumbre, con todo candor Hortensia confiesa no entender porque no fueron al Registro Civil de Mar del Plata. Por vergüenza de la familia de él, explica la vieja tejedora. Él tenía un importante puesto en el Casino. Además era el único vástago de una familia de renombre y con amplia trayectoria política en la zona. Pero poco a poco esta familia se volvió matriarcal al irse quedando sin los miembros masculinos que supieron formarla. Así que abuelas, madre, hermanas y primas arroparon al muchacho hasta una avanzada edad adulta.
Carlota pregunta como se conocieron. En el lugar de trabajo de ella, contesta doña Paca. Y con una sonrisa de condescendencia hacia sus cuatro oyentes, les espeta un currículo de la mamá de la muchacha que las deja con la boca abierta – algo no muy común en ellas.
Su tarea era muy especial. Ella trabajó casi diez años, entre 1920 y 30, en una confitería del centro. Doña Paca cree que era el único trabajo en la que la idoneidad estaba determinada por la juventud, la hermosura y la falta de competencia para ejercer cualquier otro trabajo: la mamá de esta pobre chica había sido era “vitrolera”. El café Tokio, propiedad de un súbdito japonés de nombre E. Higa, que estaba en la calle San Martín sobre la vereda par, entre las calles San Luis y Córdoba, había sido su lugar de trabajo. A veces pasaba discos en una vítrola que estaba ubicada sobre una tarima. Entre disco y disco, ella se sentaba en una silla colocada “ad-hoc”, cruzaba sus piernas bien torneadas y esperaba mirando al público que era casi totalmente masculino. Otras veces era parte de una orquesta de señoritas que ocupaba la misma tarima, orquesta que tenía la particularidad de que sus integrantes sabían muy poco o nada de música. Lo importante era que fuesen jóvenes y lindas. Teresa debido a su semi sordera se hace repetir la información. Y una vez ingresada ésta a su conocimiento quiere confirmar el calificativo de “hermosa” con respecto a la mamá de la chica. .Paca dice que era tan bella que “el viejo” ya casi en la quinta década de su vida, sintió el atávico deseo de “hombre” cada vez que recibía las sonrisas y los mohines de esa niña-mujer que se estaba haciendo a los golpes de la vida. Y así se casaron. La única concesión que el ya cincuentón mozo aceptó hacer a sus féminas parientas fue casarse fuera de Mar del Plata. Es que la familia era una de las más encumbradas en el escalafón social y político de la ciudad y había que evitar el “qué dirán”.
Emilia mientras cambia la yerba del mate señala que la chica está siempre triste. Es que no tiene novio dice Hortensia, en un casi suspiro de colega profesional en el arte de la soltería. Paca le aclara que la chica está enamorada de un muchacho que es primo de ella. Y es correspondida. Pero la mamá no acepta esa relación. Las discusiones entre ellas se suceden a diario. La señora del médico que vive en la esquina - cuya casa está pegada a la de la chica - comenta muchas veces en la panadería que se oyen los gritos y los portazos. “El viejo” no se mete en las disputas entre madre e hija. Un poco porque en verdad no le interesa el destino de la chica y otro poco porque esta muy mayor y parece no coordinar muy bien sus neuronas en algún pensamiento coherente.
Un día cualquiera llega la noticia. El primo de la chica se casa con una jovencita menor de edad, a la que embarazó. Está obligado a casarse con ella. Hortensia y Teresa están felices. La chica será una más en las filas de las solteronas del barrio.


Mar del Plata, 1990. Han pasado cuarenta años. La chica siguió noviando con su primo a escondidas de todos. Su discreción y su paciencia fueron infinitas. Vivió el nacimiento de los tres hijos de su eterno novio y estuvo a su lado, muy prudentemente, en los momentos buenos y malos que el pasó con la familia que había formado. Lo sostuvo cuando él debió afrontar la larga enfermedad de su mujer, quien nunca ignoró la relación de su marido con ella. Es más, la aceptaba porque ella siempre tuvo la certeza de que él amaba a su novia de siempre y no a ella, su esposa. Cuando falleció la madre de los hijos del novio de la chica, ella estuvo a su lado, consolándolo por la pérdida de esa compañera de tantos años. Durante ese tiempo “el viejo” padrastro se murió. Su madre, que en el ínterin frecuentó varios amantes, formó pareja con otro hombre más joven que ella, y la chica, que no tenía a donde ir, se quedó al lado de su madre y su pareja más como la muchacha de los quehaceres que como una hija.
Un tiempo después de haber enviudado, su novio de cuarenta años le propuso matrimonio. Ella aceptó. Preparó su ajuar con la misma ilusión que había tenido cuatro décadas antes. Y se casó y fue feliz hasta que su esposo falleció. La chica quedó sola. Ahora era viuda y estaba grande. Entonces los hijos de él la cuidaron. Ellos siempre supieron del amor entre ella y su padre, y del afecto y la comprensión que ella le dio a toda esa familia siempre. Los hijos de él la cuidaron hasta que fue posible. Cuando fue inevitable decidieron internarla en un geriátrico donde estuvo muy bien atendida hasta el día de su muerte.
Ni Doña Paca ni Carlota, ni las hermanas y menos aún Teresa, encerrada en un silencio profundo, pudieron pensar que la vida de la chica no fue en vano. Fue un canto de amor, esperanza, paciencia y fe. Donde esté seguro estará con su amor de toda la vida. Sin proponérselo fue la heroína de una maravillosa historia de amor, protagonizada por dos seres comunes, de un barrio marplatense. Ni príncipes ni princesas. Seres de carne y hueso. Como cualquiera de nosotros.


Glosario
Batón
: prenda de vestir femenina, muy en boga entre las mujeres de clase media, que era usada por las mujeres cuando realizaban las tareas del hogar.

Bigudíes: adminículos pequeños hechos de hueso ó madera, con una tirita de goma que une ambos extremos del mismo y que era usado por los peluqueros para enrular el cabello de las señoras. Muchas veces las mismas señoras los preparaban ellas mismas con trocitos de papel para rizar sus mechas mientras dormían.

Chisguete sinónimo de chisme

Chismarejo: sinónimo de chisme


ISBN: 978-987-05-5893-4