viernes, 15 de enero de 2010

Madame Butterfly, Dorian Gray, la Maldición de la Belleza

Disfruto de la buena lectura y de la buena música. Por eso hoy decidí hacer una travesura con dos de mis personajes favoritos: Dorian Gray y Madama Butterfly.

Oscar Wilde dijo de su The Picture of Dorian Gray: "Dorian Gray es como me gustaría ser, lord Henry Wotton es como me ven los demás, y Basil Hallward es como en realidad soy".
Este es mi tributo al autor de una estupenda novela que trata sobre la ética y la estética que el propio Oscar Wilde buscó durante toda su vida
(… "desde lo profundo clamé a ti, Señor…") y la hipocresía de la sociedad en la cual el desarrolló su vida social e intelectual.

Madama Butterfly es una joven de quince años que madura como mujer cuando decide defender el honor de su hijo suicidándose para salvar la honra y el futuro del niño.

Este es mi tributo a la entereza de una mujer enamorada que prefiere ser madre antes que cortesana y a su aria del segundo acto Un bel di vedremo cuando confiesa su esperanza en el retorno de su marido americano a ella y al hijo de ambos.





Cho Cho San (Madame Butterfly) dialoga con Dorian Gray

Una mujer joven y hermosa y un hombre mayor están sentados sobre una esterilla de bambú en la ladera de una elevación natural del suelo, a las afueras de la ciudad japonesa de Nagasaki. Cerca de ellos pasa un sendero que lleva a la casa, en donde ella había vivido los momentos más felices y más tristes de su vida, hace ya algunos años. La joven acude todos los anocheceres al mismo lugar desde donde observa el mar, el puerto, los barcos. El hombre, siempre vestido con ropas oscuras, oculta su rostro bajo un sombrero de ala ancha algo caído sobre su frente hasta casi tocar sus ojos. Las sombras de la noche comienzan a rodear a la pareja. Aunque a cierta distancia ambos parecen inmóviles marionetas lo cierto es que están dialogando.

Ella es Cho Cho San, la Dama Mariposa de Puccini, él es Dorian Gray, el Ícono de la Belleza de Oscar Wilde.

Era un crepúsculo otoñal cuando esas dos almas que penaban, se encontraron Desde ese momento ambos acordaron tácitamente verse todos los anocheceres en el mismo sitio para conversar. La cita se cumple. El tema de la conversación se repite noche a noche. Para ella es la purificación de alguna experiencia suya, vital y profunda, mientras que para el hombre es una eliminación de recuerdos de hechos pasados que perturban su conciencia.

D -“¿Te acuerdas Butterfly cómo entablamos nuestra primera conversación? Tú estabas ahí, sentada sobre la ladera de esta colina, tu torso inclinado hacia adelante, tu vista fija en el mar. Veías pasar muchas velas desplegadas, pero ninguna del barco que esperabas. Me acerqué a ti y observé la mirada de tus rasgados ojos negros fijos en el agua que fluía, subía y bajaba al ritmo de las olas que llegaban a la orilla y se iban de ella. Pensé que estabas por enterrar tu corazón bajo un banco de arena en la orilla de la playa.”

B -“Lo recuerdo muy bien, querido Dorian, muy bien”

D -“Me atreví a decirte que volvieses a tu casa porque una bella joven como tú no debía sepultar el amor que su corazón ha atesorado en el tiempo. Lo que se ha amado no se puede soterrar.”

B -“Yo te respondí que sí… se podía cuando el corazón estaba muerto”.
“Mi corazón comenzó a morir cuando florecieron las primeras flores de la primavera, luego en el momento en que se encendieron las estrellas del verano, más tarde al aparecer la luna llena del otoño, y por último se detuvo al aparecer el lucero vespertino del invierno”.
“¡Cuánto tiempo tardó en morir mi corazón”!

D -“Pero yo pude convencerte que tu corazón seguía latiendo en tu alma aún después de haber renunciado a tu vida terrenal”.
“Yo, también había abandonado mi vida terrenal pero mi corazón seguía latiendo en mi alma sucia, no impoluta como la tuya”.
“Te confesé que no me atrevía mirar hacia atrás para no ver el nefasto sendero de decadencia que yo mismo construí”

B -“¿Entonces por qué diste fuerza a mi corazón para seguir palpitando?”

D -“Porque tanto tú como yo, dulce Mariposa, cometimos un pecado del que no somos responsables. Pecamos de ser jóvenes bellamente hermosos”

B – “Tu pensamiento es oscuro y confunde mis ideas. No entiendo porque fuimos pecadores irresponsables.

D-“Tu, Cho Cho San, eres hermosa porque está en tu naturaleza el serlo”
“Yo, Dorian Gray, he sido – ya no más - bello porque así me representó el arte”.
“Tu obedeciste a tus sentimientos. Yo, a mis pensamientos”
“Tu fuiste hermosa cuando reías y cuando llorabas. Yo he sido bello porque mi rostro fue así plasmado sobre la tela por aquel pintor que sólo buscaba la belleza artística sin percatarse de la vanidad del modelo – que era yo. Sus pinceles soltaron cual Caja de Pandora todo mi ego, mis vicios y hasta mis más viles sentimientos y condenables acciones. Pero no fueron capaces de encontrar mis virtudes… quizá porque nunca las tuve.
“Tu hermosura es natural. Mi belleza es artística”.
“Y ambas, hermosura y belleza, belleza y hermosura nos han llevado a cometer el error más imperdonable del ser humano y del que nunca podremos abjurar: habernos quitado voluntariamente la vida.

B -“Dicen que en cada pecado que se comete esta implícita la penitencia para el pecador. Luego yo te pregunto: Dorian, ¿de qué hemos sido culpables? Si yo nací hermosa, como dices, y tú fuiste artísticamente bello… ¿Qué ley quebrantamos? ¿Qué mandamiento divino desobedecimos?”

D – “Ambos transgredimos voluntariamente el precepto sagrado de preservar la vida humana. No hay en el mundo, dulce Mariposa, hombre tan sabio que pueda justificar nuestras acciones”.

B -“Mira Dorian, ya aparece el lucero del alba. Se disipan las sombras pero el viento que sopla desde el este no me permite ver con claridad la entrada al puerto”

D -“¿Siempre esperas el barco que sabes no retornará jamás? ”

B -“Nunca espero el barco; siempre espero un barco.”

D -“¿Qué juego de palabras es éste? ”

B -“No es un juego, es una confesión. Esperar el barco es decir esperar a Pinkerton. Él ya no existe para mí, ni vivo ni muerto. Sumida estoy en el olvido. He arrancado su recuerdo con exitosa y tenaz voluntad de mi memoria”

D -“¿Entonces por qué tienes siempre tu mirada dirigida al horizonte marino?”

B -“Porque espero que algún día un navío amarre en el puerto y por su planchada baje un adolescente de rasgados ojos celestes y rubia cabellera. Su rostro apenas recuerdo pero debe ser tan puro como era cuando niño”.

D -“¿Tu hijo?”

B -“Mi hijo. Pero hoy esta corriente de aire marino que arremolina la arena de la playa llena de amarillo polvo mis ojos y me obliga a cerrarlos”.

D -“¿Lloras?”

B -“Si lloro. Lloro por él, mi hijo. Ruego por él, mi hijo. Espero por él, mi hijo”

D -“Butterfly, ¡tu misma me contaste que se lo entregaste a Pinkerton, su padre, y a su esposa americana para que lo llevaran, educaran y viviese feliz en otro país más allá del mar!”

B -“Si, ¡sólo tenía tres años y era tan dulce el pequeño! Lo hice porque en mi sociedad, por mi culpa, ya estaba discriminado. Mi hijo no viviría sin honor por una falta que su madre había cometido. No lo podía permitir. Luego cumplí con una ley ancestral nuestra: ‘Con honor muere quien no puede vivir con honor’”.

D -“Y te quitaste la vida”

B -“Si, honorablemente. La mía fue una muerte con honra. Honré a mis antepasados. Cometí seppuku, nuestro suicidio ritual. Sé que fui virtuosa en el momento de irme de este mundo porque enaltecí el honor que me legaron mis antepasados y cedí a mi hijo la herencia de la honra familiar”.

D -“¿Por qué te culpas de tu historia de vida con Pinkerton?” “Eras tan joven y tan inocente”.

B -“Joven, sí. Inocente, no”

D -“No alcanzo a entenderte. O quizá lo que no entienda es tu forma de pensar. A lo mejor porque son tus ancestros quienes hablan por ti. Los orientales tienen una manera de pensar o de ver las cosas diferente a los occidentales”.

D -“Te olvidas, amigo mío, que yo soy una geisha. Una geisha llamada Mariposa – o Butterfly como me decía Pinkerton”. “Las geishas no somos tan cándidas ni las mariposas tan frágiles como la gente cree”.
B -“Coincido contigo en este punto. Las mariposas crecen encerradas en un capullo de delicada pared transparente. Cuando es su momento de salir al mundo, rompen ese débil muro. Sus movimientos son tenues, primorosos te diría. Sus alas, húmedas al principio, toman fuerza y ligereza. Son torpes en los primeros vuelos pero… en poco tiempo vuelan hábilmente. Están en vida tan llenas de obstáculos como de hermosura. Y cuando mueren sus alas conservan sus colores inalterables. Es más, creo que no mueren sino que perduran en su hermosura. Como tu, mi querida amiga”.
D -“Si, así son ellas. A veces me parece que las mariposas son sólo flores que revolotean felices porque se libraron del tallo que las ataban a la tierra. Pero nosotras, las geishas nunca pudimos, ni podremos, liberarnos de nuestro atávico destino. Nuestra fuerza espiritual es mantener formas de vida y costumbres de nuestros antepasados”.
D -“Mira Cho Cho San como la luna plateada está brillando entre los cerezos en flor. Y ¿no te parece escuchar como un canto de niñas entre el follaje de los pinos?”
B -“Es que el perfume de la primavera no está lejos de nosotros y quienes cantan son las niñas que están siendo instruidas – como lo fui yo a su edad – en la disciplina de las geishas. Son las ‘maiko’, que comienzan a ser aleccionadas desde los ocho añitos. Son todas niñas muy inteligentes y habilidosas. Conocen el arte de la música. Ejecutan tanto la flauta de bambú como el tamborcillo japonés. Entonan nuestras tradicionales canciones con pequeña y dulce voz. Danzan graciosamente las figuras del clásico baile japonés. Aprenden a amar la poesía y hacer grata la vida de los hombres que conocerán apenas pisen la adolescencia”.
B -“Hermosa vida las de estas jovencitas”.

B -“No lo creas. No es así, querido amigo. Ellas nunca tendrán una vida feliz. Yo tampoco la tuve”.

D -“Hace un tiempo que nos conocimos y comenzamos a contarnos nuestras cuitas. Hoy te pregunto lo que nunca me atreví. ¿Por qué tu vida ha sido tan desdichada”?

B -“Porque apenas conocí a Pinkerton él supo excitar en mi un sentimiento desconocido: AMOR. Despertó en mí la novedad de la pasión y el deseo sexual. Me enamoré y sólo tenía un anhelo, un deseo vehemente. Vivir con él y para él. Cuando lo conocí yo era mucho más mujer que él hombre”.


D -“Sigo sin entenderte. Creo que él era mucho mayor. Tú tenías quince años y él era oficial de la marina estadounidense ¿Esa diferencia de edad no fue a su favor?

B -“De ninguna manera. Yo no era una cándida adolescente. Deseaba ser la mujer de él, sólo para él. Pinkerton me atrajo por su gentileza, su aspecto, sus actitudes y ademanes tan distintos a los que yo estaba acostumbrada recibir de los hombres de mi sociedad. Sus ropas eran distintas. Su forma de demostrarme pasión era desconocida para mí. Abandoné a mi danna y empleé toda mis artes y mañas para casarme con mi hombre americano y llevarlo a vivir en mi mundo de flores y sauces”. No supe distinguir la diferencia que había – y hay – entre nuestras sociedades. El venía de un mundo occidental, materialista, donde todo se conseguía sin tardanza, sin permitir que nada se interponga a lo deseado. Era un individuo pragmático que conocía a fondo las leyes navales, las disciplinas militares pero desconocía las leyes sutiles de la vida y menos aún sabía tratar a las personas que actuamos de acuerdo a estas leyes”.

D -“Siento en tus palabras algo así como una exculpación al comportamiento del americano, mientras tu te censuras con dureza. Me costó mi vida aprender que el motor que mueve al ser humano es, desde siempre, el Amor. El amor es un sentimiento que moviliza las acciones de hombres y mujeres. Pueden ser actos grandiosos, trascendentales, pequeños o cotidianos, pero todos tienen como raíz común el sentimiento que experimenta una persona hacia otra y se manifiesta en el deseo de su compañía y en el de compartir alegrías y penas”. Hay distintas clases de amor. En ustedes se manifestó en forma de atracción afectiva y física. Tú eras una adolescente enamorada del amor que en tu caso se personificó en Pinkerton. Te entregaste a él sin dudar porque no desconfiaste del hombre. Sentías – y con razón – que no se puede llevar adelante una relación sin confiar. En cuanto a él, sólo era un joven hedonista que en todo momento actuó en forma irreflexiva sin advertir la trascendencia de sus actos. La mesura de su alma fue desbordada por la desmesura de su pasión. Y así obró en consecuencia”.

B – “Y en ti ¿cómo se manifestó el amor? Porque tú te enamoraste, ¿verdad?

D – “En su momento pensé haber estado enamorado. Pero no, nunca lo estuve. Me rectifico. Sí, lo estuve. Estuve enamorado de mí mismo. Yo, que me sabía bello tenía un único objetivo: no perder mi belleza, costase lo que costase. Y así canjeé un alma eterna por una belleza perecedera. Total, mi alma, proclive a la corrupción, valía muy poco”. Quebranté voluntariamente el precepto divino de la vida finita: sólo Dios es quien da y quita la vida al Hombre. Busqué mi inmortalidad, ambicioné la juventud eterna, alardeé de mi belleza total. Y no vacilé en llegar hasta el crimen.”

B – ¿“Entonces…”?

D – “Entonces pasó el tiempo, pasaron muchas personas, sucedieron muchas cosas. Al final de mi camino, una noche cualquiera, en mi cuarto sólo estábamos – como desde hacía muchos años - mi retrato y yo. Mi retrato que era la representación de mi alma. Mi alma corrompida. En mi retrato mi rostro ya no era más bello, era un rostro envejecido en donde estaban presentes todos los rastros que dejan los vicios, los malos deseos, los pecados, las pasiones erróneas. Y comencé a odiarlo a él y a odiarme a mi mismo. Y ahí estaba el cuchillo con él que apuñalé al pintor que fue el autor de la tela que arruinó mi vida. ¡Ay! Cuántas veces hube limpiado la hoja de ese cuchillo. Estaba pulcro y brillaba en la oscuridad. Así como asesiné al pintor, asesinaría el trabajo del pintor. Y así todo terminaría. Luego estaría libre y en paz”.

B - ¿”Destruiste el retrato”?

D – “Si. Pero no quise detenerme y decidido a terminar con todo, hundí el cuchillo en mi corazón. Por fin llegó el final. Luego, lo de siempre. Los criados, que escucharon mi agónico grito y el ruido de mi cuerpo al caer sobre el piso del cuarto, se acercaron a la puerta del mismo, forzaron su cerradura y me encontraron tirado sobre la celeste alfombra, que comenzaba a teñirse de rojo bajo mi espalda. No me reconocieron de inmediato. Mi rostro tenía una repulsiva apariencia mientras se marchitaba bajo una red de arrugas que iban apareciendo poco a poco. Sólo mi gabán negro y mi anillo de sello, que siempre llevaba en mi anular derecho, les dio la certeza de que era yo quien yacía al pie del retrato rasgado.

B – “¿Y desde entonces tu espíritu doliente vagó por el espacio sideral hasta que casualmente nos encontramos? Somos dos almas en pena que quizá ya hayamos pagado nuestros pecados y por eso Dios nos ha dado la dicha de hallarnos y estar en paz con nosotros mismos”.
“¿Y tu retrato, qué se hizo de él”?

D – “No sé que ha sido de mi retrato. Lo que sé es que mientras yo me cubría de arrugas, mi rostro, en su retrato, recuperó su maravillosa exquisita juventud y belleza”.